25 de octubre de 2009

Una obra maestra, una leyenda y un rechazo real.



Cuando el rey Felipe II de España (1527-1598) se planteara en el año 1579 una gran pintura para su recién estrenado Palacio del Escorial, imaginó entonces la historia -que él conociera bien- de un mártir cristiano egipcio de la antigüedad cuyo heroico sacrificio fuese un ejemplo para todos sus súbditos. Doménico Theotokópuli, El Greco (1541-1614), sería el artista elegido por el monarca español. La historia narrada en la obra artística fue una leyenda basada en un relato escrito por San Euquerio de Lyon (siglo V), una historia legendaria que narraba, según la insegura tradición oral, la muerte del romano Mauricio de Egipto (siglo III) y de toda su legión romana completa. Mauricio era el comandante al mando de una legión romana establecida en la provincia imperial de Egipto. La legión tebana estaba compuesta de 6.600 miembros, todos ellos cristianos según la leyenda (algo además bastante raro).

Pero fue llamada entonces la legión a Europa por el emperador romano Maximiano (250-310). Lo hizo para luchar contra unos nuevos enemigos rebeldes a Roma, todos ellos mayoritariamente cristianos. Entonces la legión tebana se negaría a matar a sus propios correligionarios y Maximiano mandaría ejecutar sin compasión a toda la legión, incluido a su propio comandante. La Iglesia hizo santo a Mauricio y la leyenda pasaría a formar parte del martirologio cristiano católico. El Greco realiza una extraordinaria escenificación pictórica del momento mismo en que Mauricio delibera con sus subordinados, mientras al fondo -en un segundo plano- comenzaban a degollar a todos los hombres bajo su mando. El pintor situó en el primer plano de la obra un aspecto por entonces demasiado humano para un cuadro martirológico, es decir, muy poco sagrado para un sacrificio cristiano de tal envergadura. Y esto no era, exactamente, lo que deseaba el rey Felipe II para su obra sagrada.  En la imagen El Greco describe a los personajes retratados con vestidos incluso de la época del pintor, con los rasgos además propios de algunos de los héroes hispánicos del momento (Juan de Austria, Duque de Saboya, Alejandro Farnesio), generales todos ellos de gran éxito en la lucha contra la herejía y los enemigos del imperio español. El rey Felipe II le pagaría los 800 ducados acordados por la obra al pintor, y éste se volvería a Toledo sin que el cuadro fuese expuesto en el lugar pensado originalmente.

En cambio se confeccionaría también otro cuadro con la misma temática, pero ahora justo a la inversa de aquella escenificación principal realizada antes por El Greco -el cruel martirio estaba ahora en un primer plano y no en el segundo diseñado entonces por el pintor cretense-. Este otro pintor elegido, Rómulo Cincinnato (1502-1593), aprendería del error táctico de El Greco, aunque no conseguiría ni su maestría ni su extraordinaria genialidad. El Greco se caracterizó siempre por ser un pintor muy controvertido y rebelde. En este cuadro dejaría además un misterioso símbolo propio de su carácter: lo firmaría dibujando una hoja de papel que muerde una víbora (en la parte inferior derecha de la obra), alusión ésta patente, al parecer, a la inquina indecorosa propia de los envidiosos...

(Óleo El Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana, de El Greco, Palacio de El Escorial, Madrid; Cuadro para el altar de la Basílica del Escorial, Martirio de San Mauricio, del pintor Rómulo Cincinnato, Palacio de El Escorial, Madrid.)

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