11 de enero de 2011

Bajo ningún cielo protector..., si acaso bello, enigmático y esplendoroso.



En los primeros días del mes de septiembre del año 1859 los sistemas telegráficos, que sólo dieciséis años antes comenzaron a ser implantados en Europa y América, empezaron a fallar de modo incomprensible. Se produjeron cortocircuitos en las estaciones que causaron multitud de incendios con el papel telegráfico. Un fenómeno curioso alarmaría también cuando los telegrafistas desconectaron las baterías que alimentaban de energía a las líneas: los mensajes seguían transmitiéndose, sin embargo. El día 1 de septiembre de ese mismo año, Richard Carrintong (1826-1875) se encontraba en su pequeño observatorio de aficionado en Inglaterra, cuando su telescopio proyectaría una imagen del Sol sobre la pantalla inmisericorde del mismo. De pronto observaría que entre las manchas solares que había capturado el telescopio aparecieron dos brillantes y cegadoras gotas blancas. Quiso que alguien más comprobase lo que veía, pero, para cuando volvieron otros, las gotas blancas se habían contraído hasta desaparecer.

Al amanecer del día siguiente -el día 2 de septiembre de 1859-, sobre los cielos de toda la Tierra, fueron vistas auroras de color rojo, verde y púrpura. Eran tan fuertes y brillantes las auroras que parecía ser pleno día incluso. Lo que Carrintong llegaría a ver con su telescopio y los telégrafos sufrieron no fue otra cosa que una poderosa y nada frecuente erupción solar. El Sol ese día emitió una inmensa llamarada -eyección de la corona solar- que permitió a multitud de partículas solares -cargadas magnéticamente- entrar peligrosamente en la atmósfera terrestre. Hasta entonces no se había comprobado este fenómeno, o nadie se había percatado de ello, pero la realidad es que cada quinientos años, aproximadamente, se pueden volver a reproducir... De llevarse a cabo hoy una erupción solar de las características del año 1859, los dispositivos electrónicos sufrirían unos daños tales que paralizarían toda la actividad económica mundial.

Somos como niños jugando en el jardín trasero de un hogar que creemos protector y seguro, con la misma falsa certeza que dará la inconsciencia de la inocente infancia. Pensaremos que nada nos puede suceder y caminaremos, incluso satisfechos y valientes, hasta la segura cerca limítrofe del jardín. Y casi saldremos al exterior, también ahora confiados y complacientes. Pero afuera, esperando agazapado, no hay nada más que abismo, sorpresa, desatino, contingencia, desamparo o daño. También, a veces, dentro... Esto, quizá, sea a veces lo peor. Pero, lo que nunca sabremos, sin embargo, es ni dónde, ni cómo, ni cuándo. El escritor norteamericano Paul Bowles (1910-1999) escribió en el año 1949 su magnífica novela El Cielo Protector. La obra nos cuenta el relato de unos viajeros norteamericanos que se adentran confiados en el desierto marroquí de la posguerra mundial de 1945. Su narrativa logra exponer, con maestría efectista, dos sensaciones humanas entrelazadas en su desarrollo: el desierto exterior -maravilloso y alarmante- del Sahara africano, y el desierto interior -espantoso y sobrecogedor- de las vidas desoladas y desamparadas de los propios personajes. Fue llevada al cine en el año 1990 por el genial director Bernardo Bertolucci.

Y, así, Bowles en su maravilloso relato existencial desgarra la naturaleza humana de un modo genial. Casi al final de la novela, el narrador nos cuenta: Renunció a seguir luchando. La hicieron sentarse y se quedó así, con la cabeza echada hacia atrás. El súbito rugido del motor derrumbó las paredes del cuarto donde ella estaba acostada. Tenía delante de los ojos el cielo azul violento, nada más. Durante un tiempo interminable lo miró. Como un ruido todopoderoso, lo destruía todo en su cerebro, la paralizaba. Alguien le había dicho alguna vez que el cielo esconde detrás la noche; que protege al que está debajo del horror de lo que hay arriba. Miraba sin pestañear el sólido vacío y empezó la angustia. En cualquier momento podía producirse el desgarrón, separarse los bordes, abrirse las entrañas de un abismo insondable.

(Cuadro del pintor inglés Joseph Mallord William Turner, Una ciudad a orillas de un río con crepúsculo, 1833, Tate Gallery, Londres; Óleo Puesta de sol en Pays de Caux, 1828, del pintor inglés Richard Parkes Bonintong, 1802-1828; Óleo del pintor francés Delacroix, Estudio del cielo en una puesta de Sol, 1848; Fotografía de la NASA, cielo de Flagstaff, Arizona, EEUU, donde se aprecia una nube lenticular sobre un pico montañoso y varias constelaciones en el cielo -Casiopea, Cefeo, Cygnus-, sobre el extremo inferior izquierdo de la imagen, a la derecha, la estrella fulgurante Deneb; Cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, Neubrandenburg, 1817, Alemania; Cuadro del pintor Turner, Declive de Cartago, 1817; Fotograma de la película El Cielo Protector, 1990.)

9 de enero de 2011

El privilegio de las postas en Europa, sus miembros y leyendas: de carteros a príncipes.



Desde la más lejana antigüedad han existido los servicios de postas, unos jinetes a caballo y estaciones intermedias para enviar documentos de un lugar a otro. En la antigua Persia, por ejemplo, el rey Ciro II -siglo VI a. C.- establecería ya diferentes puestos en las principales rutas de su gran imperio persa. Tuvo este servicio de comunicaciones, por tanto, un privilegio real, un monopolio de los monarcas de aquellos mensajes enviados en su reino. Fueron los reyes los que comenzaron ofreciendo el servicio de postas a su pueblo. Pero, tiempo después, en la región de Lombardía, justo en una época medieval en la que Italia no era aún ni reino ni nada, sólo ciudades y condados, lógico es pensar que surgieran emprendedores, o comerciantes avispados, que vieron un lucrativo negocio en organizar esos servicios de envíos de mensajes y documentos. La familia lombarda Tassis comenzó en el siglo XIII a desarrollar, en las ciudades-estados italianas, un servicio de comunicaciones que les dotaría de gran experiencia en los enlaces de postas y servicios de correos. Hasta que Maximiliano I de Habsburgo (1459-1519), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, decidiese en el año 1490 (entonces sus posesiones territoriales estaban muy dispersas en Europa: Borgoña al oeste, Austria al este y Flandes al norte) contratar a uno de los miembros de esa experta familia lombarda para tener una más eficaz gestión de sus comunicaciones.

Francesco de Tassis (1459-1517), hábilmente, se cambiaría entonces su nombre italiano por el germano Franz von Taxis y ampliaría el negocio como nunca antes pudiera imaginar. Se comprometió con el emperador a tardar sólo cinco días y medio en enviar un documento desde Bruselas (Flandes) hasta Innsbruck (Austria); eso sí, en verano, en invierno un día más. Cuando los Reyes Católicos hispanos decidieron aumentar su influencia en Europa, casaron a su hija Juana de Castilla con el heredero del emperador, el archiduque Felipe de Habsburgo (1478-1506). Tiempo después este príncipe, convertido ya en rey Felipe I de Castilla en el año 1505, establecería para sus nuevas posesiones hispanas el mismo servicio que su padre tenía con Franz von Taxis. Así comenzaría el llamado Correo Mayor de Castilla, que, nueve años después, llevaría a crear el Correo Mayor de Indias para las tierras americanas. Con los años el siguiente emperador germánico, y rey español, Carlos V (1500-1556), mantuvo en el cargo de Correo Mayor (excepto en Indias) a Franz von Taxis. A la muerte de éste, su sobrino Juan Bautista de Tassis heredaría el cargo. El hijo mayor de Juan Bautista, Raimundo de Tassis (1515-1579), decide entonces instalarse en España y acabaría casándose con una dama española, Catalina de Acuña. El hijo de ambos, español por tanto, don Juan de Tassis y Acuña (1540-1607), llegaría a ser, realmente, el primer Correo Mayor de España. El rey Felipe III de España (1578-1621) le nombra incluso conde de Villamediana, y pasaría a ser ya alto funcionario de la corte española. Con él comienza la rama española de la familia Tassis. Sus otros primos, los Taxis, terminarían algunos por ser verdaderos alemanes o austríacos, manteniendo los antiguos acuerdos y privilegios con los Habsburgo de Austria.

Al fallecer Juan de Tassis y Acuña, su hijo pasaría a ser el siguiente Correo Mayor de España. Juan de Tassis y Peralta (1582-1622) acabaría siendo el prototipo de aristócrata español de entonces, poeta, burlón, donjuanesco y temerario, alguien que llegó a alcanzar fama en las letras, en los amoríos, en las justas o en las afrentas. Gracias al favor que le hiciera al rey Felipe IV con una amante, consigue del monarca su simpatía y poder tener acceso al Palacio Real. Pero Juan de Tassis no se conformaría sólo con eso... Llegaría a cortejar a la propia reina, Isabel de Borbón. Sus versos, llenos de sarcasmos y dobles sentidos, fueron muy valorados por sus contemporáneos. A la muerte del monarca español Felipe III, le llegaría a escribir este epitafio:

Queréis saber pasajero,
lo que este túmulo encierra;
hoy poca y humilde tierra,
ayer todo el mundo entero;
este es Felipe Tercero,
que no sabré decir yo
lo bueno que le sobró,
sino sólo de este modo,
que para tenerlo todo,
tener menos le faltó.

Sea por sus devaneos reales o personales, el caso fue que a Juan de Tassis y Peralta, paseando una tarde de agosto del año 1622 en su carruaje por la calle Mayor de Madrid, unos asesinos le asaltaron y le mataron vilmente. Así que sin descendencia directa, sus títulos, prebendas y beneficios pasaron a un primo suyo, Don Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, el cual continuaría siendo Correo Mayor de España. Sus descendientes mantuvieron el privilegio real, hasta que el rey Felipe V de España, en el año 1717, cancelaría el contrato del año 1505, pasando el monopolio del Servicio Postal a la Corona. La familia alemana continuaría por su lado con el privilegio imperial, llegando a ser nombrados príncipes por el emperador Leopoldo I de Austria en el año 1695, y ampliando entonces su apellido a Thurn und Taxis. Mantuvieron el acuerdo con el Sacro Imperio hasta el año 1812, fecha en que perdieron su monopolio porque el Sacro Imperio Germánico desaparecería para siempre de la mano de Napoleón. Sin embargo, como compensación, recibieron los Thurn und Taxis multitud de palacios y castillos por toda Alemania.

En Baviera, por ejemplo, por perder el Servicio Postal de ese reino alemán, les entregaron a cambio las antiguas estancias conventuales del Cabildo Imperial de San Emmeram en Ratisbona. El claustro románico-gótico del siglo XI de ese antiguo monasterio benedictino, es una maravilla del Arte arquitectónico medieval germánico. Actualmente la familia Thurn und Taxis es una de las más ricas familias de Europa. La condesa Gloria Schönburg (1960) llegaría a casarse en los años ochenta con el príncipe Joannes Thurn und Taxis (fallecido en 1990). En el año 2007 decidió la condesa Gloria Thurn und Taxis convertir el fabuloso Palacio de Ratisbona en un grandioso hotel para turistas. Todo un alarde por seguir manteniendo aquel espíritu hostelero de la antigua familia lombarda. Volvieron a sus antiguas actividades de Postas y Hostales, unas actividades que comenzaron hace más de quinientos años por la Europa renacentista y caballeresca de entonces.

(Imagen grabado de un carruaje de la Casa Thurn und Taxis, siglo XVII; Sello alemán conmemorativo del servicio de postas, con la imagen de Franz Von Taxis; Cuadro del pintor alemán Alberto Durero, El emperador Maximiliano I, 1519; Cuadro del pintor Juan de Flandes, El archiduque Felipe Habsburgo, 1500; Óleo del pintor español Pedro Antonio Vidal, Felipe III con su armadura, 1617; Cuadro de Velázquez, Isabel de Borbón a caballo; Retrato del rey Felipe IV, del pintor Velázquez; Grabado con la portada de las obras de Juan de Tarsis (Tassis), 1643; Cuadro del pintor español Manuel Castellano (1826-1880), Muerte del conde de Villamediana (Juan de Tassis y Peralta), 1868; Sello español conmemorativo con la imagen de Juan de Tassis y Peralta, 1991; Cuadro con el retrato del Príncipe Anselm Franz Thurn und Taxis (1681-1739), se observa el cuerno de las postas en su mano; Fotografías del Palacio Emmeram, en Ratisbona, de los Thurn und Taxis, Baviera, Alemania; Fotografía de la condesa Gloria Thurn und Taxis; Fotografía de un antiguo vehículo de la Casa Thurn und Taxis, utilizado para sus otros negocios de cervezas. Tanto el color amarillo, como el símbolo de la trompeta de postas, así como el apelativo Taxi para los viajes, provienen originalmente de esta antigua Casa; Imagen con el emblema utilizado por la antigua casa Tassis.)

7 de enero de 2011

La mente reflejada en un lienzo, el encuadre perfecto o el primer fotógrafo del Arte.



La aristocracia inglesa tiene entre sus altos honores la conocida Orden de la Jarretera, implantada en el año 1348 en Inglaterra por el rey Eduardo III. Una leyenda cuenta que una vez en palacio el rey bailaba con su suegra, la condesa de Salisbury, mientras tuvo la mala suerte ésta de perder una liga azul de su vestido, una prenda femenina que caería entonces al suelo ante la posible mirada intrigante y curiosa de todos. El rey, muy decidido, la recogería del suelo y se la colocaría él a sí mismo, diciendo así, irónicamente: deshonrado sea quién piense mal... Afirmaría después que haría de la jarretera -llamada así por ser la parte del cuerpo que lleva esta liga sujetada por una hebilla a la media- algo tan famoso que todos quisieran poseerla. Siglos más tarde un desconocido caballero inglés tuvo la fortuna de unirse en matrimonio con una importante, rica y poseedora además de tan deseosa orden inglesa, la única heredera del ducado de Somerset. Hugh Smithson (1714-1786) acabaría convirtiéndose así, gracias a su ilustre y noble esposa, en el primer duque de Northumberland -en su tercera creación a lo largo de la historia del ducado, antes había habido dos dinastías diferentes-. Y hasta llegaría Smithson a cambiarse su propio apellido, tan corriente, por el de su famosa esposa, Percy. Pero el duque consorte tendría una vez un hijo ilegítimo, James Smithson (1765-1829), alguien que sí volvería a utilizar aquel originario apellido, y que llegaría, con los años, a ser reconocido como famoso químico y mineralogista. A su muerte, decidió donar toda su fortuna a la recién creada nación norteamericana. Desde el año 1835 el gobierno estadounidense pudo disponer de toda aquella fortuna británica. Y con toda esa fortuna se crearía, en el año 1845, la famosa Institución Smithsoniana, una de las más importantes corporaciones museísticas y científicas del mundo.

Fue aquel afortunado duque Hugh Percy un mecenas de las Artes y las obras arquitectónicas. Contribuyó en el año 1740 a la construcción en Londres del puente de Westminster. Y patrocinaría además importantes pintores de la época. Uno de ellos lo fue el veneciano Canaletto (1697-1768). Este pintor italiano fue representante del llamado por entonces estilo Vedutismo, una tendencia pictórica paisajista y urbana con un marcado enfoque panorámico, casi precursora de lo que sería, un siglo después, la panorámica imagen fotográfica. En Venecia, Canaletto utilizaría la cámara oscura, un artilugio adaptado para obtener de la luz la mejor perspectiva conforme a una imagen panorámica proyectada. Sus matices, sus detalles y su original perspectiva le hicieron precursor de la imagen impresa en un lienzo... También, se anticiparía a crear en el exterior la obra de Arte, no en el interior de los estudios como era habitual entonces. Canaletto se marcha a Inglaterra en el año 1746, después de alcanzar una fama en Italia extraordinaria. Porque fue por entonces una guerra, la de Sucesión austríaca, lo que obligaría a los nobles ingleses a no poder visitar Italia.

Visitarla era una costumbre implantada por los nobles británicos para recorrer toda Europa, especialmente los países de mayor bagaje cultural y artístico, para adquirir así la formación cultural que su rango obligase. Esos viajes se denominaron el Grand Tour -precedente del turismo cultural-, y muchos artistas ingleses acabarían disfrutando de sus ventajas itinerantes en tiempos de paz. Canaletto se dedicó en ese tiempo de guerra en Inglaterra a pintar cuadros de encargo, y acabaría creando algunas excelentes obras de Arte panorámicas, unas creaciones de lo que mejor sabría él hacer, aunque en un estilo ahora menos grandioso que el de su etapa italiana. Pero, sin embargo, cuando regresa a Venecia en el año 1756 ya no pudo él siquiera conseguir entonces aquella técnica maravillosa que le habría encumbrado antes. No volvió a pintar igual y acabaría sus días repitiendo sus grandiosas obras de antes, como una copia imposible de lo que él una vez fuese. Curiosa metáfora para una personalidad artística tan fotográfica: que no pudiera más que duplicar -como un vil negativo fotográfico- su trabajo una y otra vez, perdiendo ahora luminosidad, grandeza y fuerza, además de todo aquel gran talento artístico, para siempre. Sin embargo, sus grandes obras maestras y panorámicas de antes, aquellas maravillosas pinturas dedicadas a su ciudad, aún brillan hoy en los museos y salones de todo el mundo. Con ello seguirá fascinando los ojos de todos los que ahora se asombren al mirarlas... Creyendo además estar asomados a una bella ventana intemporal, una panorámica ventana intemporal que de tan realista, fotográfica, grandiosa o impresionante, su propia imagen parezca ser ahora, así, la fiel reproducción fotográfica de esa misma imagen artística de antes...

(Cuadro de Canaletto, Londres visto a través de un arco del puente de Westminster, 1746; Retrato del primer duque de Northumberland, del pintor Joshua Reynolds, 1766; Retrato de James Smithson, 1786, autor desconocido, Galería Nacional de Retratos, Institución Smithsoniana; Óleo de Canaletto, Venecia, la Piazzetta mirando al sur; Óleo El río Támesis y Londres, 1748, Canaletto; Cuadro de Canaletto, La plaza de San Marcos, 1725; Cuadro de Canaletto, La plaza de San Marcos, 1734; El Gran Canal, Canaletto, 1738.)

5 de enero de 2011

La afrenta más romántica: el duelo, sus obsesiones y su inevitable solución.



El duelo, o enfrentamiento entre caballeros por una cuestión de honor, fue una práctica que comenzaría realmente a partir del siglo XV y duraría hasta finales del romántico siglo XIX. No tenía nada que ver con los legendarios antiguos torneos medievales, ya que éstos eran motivados por grandes causas bélicas o por los llamados juicios de Dios, enfrentamientos para nada motivados por asuntos o causas personales o más emotivas. Porque los duelos se caracterizaban por tratar de resarcir casi siempre el honor personal del agraviado. No se pretendía asesinar al ofensor, sino aceptar ahora el reto de morir antes de humillarse ante la terrible afrenta. Muchos podían llegar a ser los motivos que llevaran a retarse en duelo. Comenzaron a ser esos motivos el tratar de defender la dignidad del ofendido en asuntos personales de cualquier causa. Pero sobre todo a partir del advenimiento del Romanticismo empezaron a ser los lances amorosos los hechos más justificados para retar a un ofensor. El gran compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) crearía en el año 1879 la música sinfónica para la famosa ópera Eugene Oneguin. Estaba basada en la novela del mismo título que el gran poeta ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) escribiese en el año 1831.

Cuenta la historia del atractivo Eugene Oneguin, vividor y seductor ruso de aquellos años románticos del siglo XIX, y de Vladimir Lenski, bohemio y joven poeta prometido a una hermosa y bella dama rusa. Ambos se harán muy amigos hasta que una tarde Lenski invitara a Eugene Oneguin a conocer a Olga, su hermosa y bella joven prometida. Con Olga convivía su hermana Tatiana, una mujer melancólica e impresionable que representaba bien el espíritu más romántico de la época. Todo lo contrario de la personalidad de Olga, que era una mujer alegre, optimista y divertida. Tatiana se enamoraría rápidamente de Eugene Oneguin. Acabaría escribiéndole incluso una carta declarándole ahora su amor. Pero Oneguin no estaba interesado en Tatiana sino en su comprometida y bella hermana. Le expresa Oneguin a Olga ahora, incluso públicamente, su impulsivo amor a ella. Así que Lenski, ofendido, se verá obligado a batirse con su amigo en un duelo mortal. Enfrentamiento donde Oneguin acabará matando, fatídicamente, a su amigo Lenski. Pero entonces Eugene Oneguin, abatido por completo, comprendiendo ahora su cruel y maldito destino, decidirá alejarse de todo marchándose a un largo, olvidado y expiado viaje por el mundo. Años después, de regreso en San Petersburgo, Oneguin es invitado a uno de los bailes del príncipe Gremin. En el saludo protocolario de la recepción Gremin le presenta a su joven, amada y bella esposa. La sorpresa de Eugene Oneguin es enorme al comprobar que la bella princesa no es otra sino su antigua despechada Tatiana. En ese momento comprendería Oneguin que es a ella a la que ama realmente, que siempre había estado, sin saberlo, enamorado de ella... románticamente. Pero ahora Tatiana ya no desearía lo mismo que entonces, a pesar, incluso, de reconocer ella poder quizás amarlo todavía. Él, sintiéndose derrotado, se marcharía ahora para siempre, acabando sus días resentido, amargado, triste y solitario.

Pushkin conocería a la joven Natascha Goncharova en el año 1830. Ella era por entonces una de las mujeres más hermosas de Moscú. Natascha, sin embargo, le rechazaría aquel año, pero, al año siguiente, acabaría él ya por fin consiguiendo su amor y su mano queridas. Años después un militar francés, Georges d'Anthés, intentaría descaradamente cortejar a la bella Natascha, la ahora joven esposa del poeta Aleksandr Pushkin. Inevitablemente, acabaría d'Anthés retándose en un duelo con el poeta Pushkin. Un lance dramático donde ahora, de un modo traicionero, le manipularían fatalmente el arma al escritor ruso. El más grande poeta ruso terminaría falleciendo un 29 de enero del año 1837. Su colega y amigo, el poeta y pintor ruso Lérmontov, trataría durante muchos años de hacerle justicia incluso escribiéndole al mismísimo Zar. Pero, todo fue inútil. Tan sólo pudo hacer Lérmontov aquello para lo que él estaba más preparado: escribir la poesía Muerte del Poeta en homenaje a su lírico y asesinado amigo romántico. Estos versos de Lérmontov son un pequeño fragmento de su obra:

Y entonces será inútil acercarse a la maledicencia:
Esta vez no los protegerá.
¡Con sus oscuras sangres no podrán lavar
la sangre cristalina del poeta!

Curiosamente el poeta ruso Mijaíl Lérmontov (1814-1841) acabaría sus días abatido también en un duelo, aunque en este caso por un motivo mucho más prosaico y ridículo que el de Pushkin. Un oficial del mismo ejercito ruso al que Mijaíl pertenecía, se sintió ofendido por un comentario sarcástico del poeta romántico. Éste decidiría entonces que se batiesen, pero que lo hiciesen ahora incluso al lado de un inclinado y mortal precipicio, para así poder morir aunque sólo se saliese ahora herido de la justa... La pasión de estos creadores románticos fue comparable a la de los entregados mártires cristianos de la antigüedad. Salvo que en esos casos románticos tan apasionados su dios -el de los seres románticos-, a diferencia del dios de los primitivos cristianos, sería ahora, sin embargo, la más impulsiva, inevitable, arrebatadora, infinita o subyugante manera de querer vivir y morir en este mundo.

(Óleo Duelo de Oneguin y Lenski, del pintor ruso Iliá Repin (1844-1930); Cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme, Duelo después de un baile de máscaras, 1857; Retrato del pintor y poeta Mijaíl Lérmontov, del pintor Piotr Zabolotsky, 1837; Cuadro Pushkin, del pintor ruso Vasili Tropinin, 1827; Cuadro del pintor francés Gérôme, Mujer circasiana velada; Retrato de Natascha Pushkina, la esposa de Pushkin, obra del pintor Brulov; Óleo Tiflis, del pintor y poeta Lérmontov, 1837.)

Vídeo de la película Onegin, de 1998:

3 de enero de 2011

La visión sesgada, el estado de ánimo o el punto de vista diferente en el Arte.



A veces los pintores acaban componiendo obras de Arte semejantes. En esos casos puede ser causado por un probable estado de ánimo distinto, lo que, manteniendo una misma inspiración, terminará luego condicionando el resultado final tan diferente. Es como le sucede al carácter -rasgo firme de la personalidad- cuando algo nos hace cambiar la emoción de pronto: que se manifiesta aquel de un modo distinto a pesar de pertenecer a una misma y única personalidad. El pintor Ippolito Caffi (1809-1866) fue miembro de la neoclásica escuela veneciana del siglo XVIII. Llegaría a pintar en el año 1841 una escena veneciana de la famosa celebración de la fiesta de San Pedro. Esta es una fiesta que, desde siglos atrás, se celebra todos los veintinueve de junio -día de San Pedro- en el barrio de Castello de la hermosa ciudad lacustre. En sus calles se organizaban entonces conciertos y espectáculos y los venecianos vivían su fiesta -y la viven aún- durante toda la larga y cálida noche estival del día de San Pedro. El pintor había compuesto un cuadro parecido un año antes, con la misma inspiración de la celebración y desde el mismo exacto lugar, por tanto una misma o parecida imagen semejante. Pero este último lienzo parece ahora más vibrante, sin embargo, mucho más pasional por su especial terminación menos clásica y más romántica. Y toda esta sensación valorativa a pesar de ser un lienzo más oscurecido y su composición más ruda o menos definida o perfilada que el otro.

Pero, lo que verdaderamente determina un sesgo en el Arte es cuando distintos creadores -no el mismo pintor- plasman una misma o parecida imagen en sus obras. Cada uno de ellos la expresa de un modo particular, lógicamente, aunque las diferentes escuelas artísticas influyen además en esto especialmente. Pero, es más significativa esa semejanza y el propio carácter de la obra cuando, además de ser la misma escuela, la época también lo es y la imagen representada es el retrato del mismo personaje, en este caso el de una hermosa y conocida mujer. Juliette Récamier fue una de las mujeres más bellas de la Francia napoleónica. Esposa de un importante banquero parisino, mantuvo un salón en París donde intelectuales y artistas se reunían para conspirar en tan convulsa época trágica. Tres pintores llegaron a retratarla por entonces, pero, sin embargo, lo hicieron desde muy diferentes perspectivas artísticas. Antoine-Jean Gros (1771-1835) la representa en el año 1825 más recatada y menos sensual. Cierto es que entonces ella tendría veinte años más y, por tanto, ¿quién diría que fuese aquella misma joven radiante de antes? Francois Pascal Simón (1779-1837) es quien mejor la retrata en el año 1805 en su exuberante y bella juventud, donde aparece algo más lánguida pero muy insinuante y atractiva. El famoso pintor David, en su lienzo Madame Récamier, la retrata en el año 1800 innovadoramente para entonces, con un estilo exageradamente clásico, muy propio de aquella neoclásica época napoleónica. Se encuentra la modelo ahora aquí semi-acostada y un poco erguida, fijando una pose más intelectual que seductora.

Pero un diferente punto de vista temporal (no ahora espacio sino tiempo) en dos creaciones semejantes lo consigue, genialmente, el artista alemán Kersting (1785-1847) de su compatriota y pintor Caspar David Friedrich. Retrata Kersting al pintor romántico en su estudio en dos escenas diferentes de una misma acción retratada: la creación artística. Pero lo hace en momentos temporales -día y hora- distintos y con la fuerza añadida de lo que el representado desearía siempre expresar más en sus obras románticas: la emoción más contenida en un pequeño instante... Kersting insinúa en ambos instantes semejantes la sensibilidad artística más remarcada de su genial colega romántico. En uno de ellos el pintor retratado busca ahora la luz y observa su obra. En las dos creaciones -en un gesto de maestría, respeto y admiración- el pintor compone al romántico pintor en un espacio solitario, frugal y austero: sólo aparecen Friedrich y su creación en dos momentos diferentes de la misma situación artística. Otro ejemplo de representación del sesgo artístico en dos obras de Arte semejantes es la muestra del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812). Se muestran aquí dos retratos que hiciera de la esposa de un artista amigo suyo, el escultor alemán Dannecker (1758-1841). El pintor representa en sus obras dos cosas, sin embargo, muy distintas de lo mismo. Motivado el pintor por lo que su estado de ánimo condicionase su inspiración, no sólo le cambia el vestido a ella en un caso sino además la mirada y su estilización física. No se sabe cuál obra de las dos crease antes, ya que ambas se fecharon en el mismo año 1802. Aunque es tendenciosamente inevitable afirmar que la del vestido oscuro fue tal vez posterior, porque aparece ella ahora mucho más elegante, sofisticada y seductora que en la otra...

Por último, una misma escena histórica realizada por dos personalidades artísticas muy distintas, un inglés y un español. Dos obras de igual temática pero, sin embargo, muy diferentes ahora. Los dos pintores quisieron fijar en sus lienzos el mismo momento histórico de la defensa heroica de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia del año 1808. Sir David Wilkie (1785-1841) pintaría su cuadro antes, durante el año 1828. Aquí la heroína española Agustina de Aragón y unos pobres defensores, todos paisanos, luchan denodadamente en una escena aglutinada y sofocante, representada como un sólo cuerpo aferrado a una sola decisión trágica. Aparecen los personajes desamparados, casi del todo vencidos a pesar de su heroísmo. Sin embargo, el pintor español Federico Jiménez Nicanor (1784-1863) crearía su óleo Defensa del reducto del Pilar con un rasgo muy diferente al de su colega británico. La obra fue realizada años después, aproximadamente sobre 1855. Pero ahora aquí, a cambio del otro cuadro, aparecen militares y paisanos luchando juntos, y no solo paisanos como antes. Todos caen y luchan en un encuadre de figuras más desperdigadas que en la otra obra. Todo está ahora más abierto y más profuso que en el lienzo británico. También, a diferencia de la obra de Wilkie, se aprecia aquí una resistencia mucho más confiada, más segura o más entusiasta, nada trágica ni derrotista o desamparada de los personajes heroicos o no tan heroicos que representaban la bélica hazaña semejante.

(Cuadro Fiesta nocturna en San Pedro de Castiello, 1841, del pintor Ippolito Caffi; Óleo del mismo pintor Celebración nocturna en la vía Eugenia de Venecia, de 1840; Cuadro del pintor Antoine-Jean Gros, Retrato de madame Récamier, 1825; Óleo del pintor francés Pascal Simon, Retrato de Madame Récamier, 1805; Cuadro de David, Madame Récamier, 1800; Cuadros Caspar David Friedrich en su estudio, del pintor Georg Friedrich Kersting (1785-1847), 1812 y 1811; Obras del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812), Retrato de Heinrike Dannecker, ambas de 1802; Óleo del pintor inglés Sir David Wilkie, Defensa de Zaragoza, 1828; Cuadro del pintor español Federico Jiménez Nicanor, Defensa del reducto del Pilar.)