3 de mayo de 2010

La evolución del Arte en el desnudo recostado de la mujer.



Luego de que los romanos impregnaran sus frescos con imágenes eróticas, desde los primeros años de la época de Augusto (siglo I d.C.) hasta la caída de Roma, la historia del Arte occidental se mantuvo desierta en desnudos humanos hasta casi el siglo XV, es decir, durante toda la larga Edad Media. El pintor italiano Antonio Puccio Pisano (1395-1455) perteneció a una de las primeras escuelas pictóricas del Arte que tímidamente iniciaron desnudos en sus lienzos. Fue el período inmediatamente anterior al Renacimiento, llamado luego escuela Gótica italiana. Con el precursor pintor Pisano inicio este parcial y diacrónico paisaje artístico del desnudo tendido femenino a lo largo de la historia moderna y contemporánea. La primera imagen (de arriba abajo y de izquierda a derecha) es su peculiar obra La Lussuria, una creación del año 1420 grabado en pluma y tinta marrón sobre papel y expuesto actualmente en el museo Galería Albertina de Viena.

La escuela del Renacimiento, la siguiente tendencia artística en este escueto itinerario del Arte, es representada aquí con el pintor italiano Giorgione (1477-1510) y su óleo Venus dormida (1510) -Museo de Dresde, Alemania-. Continúa el gran pintor Tiziano (1477-1576) como ejemplo típico del Manierismo más purista del siglo XVI. Con él sigue este parcial recorrido exponiendo ahora su famoso óleo Dánae del año 1500, pintura basada en una leyenda mitológica griega de la que pintaría varios cuadros semejantes el pintor veneciano. La obra utilizada aquí es la que se encuentra expuesta en la Galería de Viena. Goya (1748-1828) es el siguiente autor con su famosa obra Maja desnuda (1800) -Museo del Prado-. Pintada esta magnífica obra dentro del indefinido período que fue el Neoclasicismo, aunque Goya también perteneció a la escuela Romántica.

El Neoclasicismo fue una  etapa artística que recorrería a saltos desde mediados el siglo XVIII hasta la mitad del siglo posterior. Por ello otra escuela artística que marcaría una tendencia más romántica en ese movimiento neoclasicista fue el Neoclasicismo/Romanticismo, y uno de sus representantes es el pintor Charles Emile Durand (1837-1917), creador francés que pintó el siguiente óleo desnudo tendido de la entrada en el tardío año 1900. Dánae es también el título de esta magnífica obra clásica-romántica. El personaje retratado ahora aquí tiene unos rasgos más melancólicos que idílicos, propio de la apasionada tendencia romántica, una tendencia muy dispersada durante el siglo XIX gracias, sobre todo, a su gusto por un público ávido de sentimientos excesivos -obra expuesta en el Museo de Bellas Artes de Burdeos-.

El Impresionismo no se prodigaría mucho en desnudos, más bien en paisajes y naturaleza sosegada. Sin embargo, el pintor francés Renoir (1841-1919) crearía en el año 1897 este recatado -como lo fue el propio Impresionismo- desnudo de mujer tendida: Bañista dormida, actualmente expuesto en una colección privada de Suiza. El Postimpresionismo, reacción artística al movimiento impresionista -un cajón de sastre de muchas tendencias modernistas-, también muestra ahora un desnudo tendido muy personal y avanzado con este óleo colorido sobre cartón del gran genio español Dalí: Desnudo en un paisaje, obra producida en el año 1922 y expuesta en la colección Gala-Dalí, España. El Simbolismo fue una escuela o tendencia artística situada a finales del siglo XIX y principios del XX, un movimiento que expresaría el símbolo exterior del concepto, esa metáfora pictórica que el autor desearía manifestar más que otra cosa en su obra, esa representación onírica que desearía plasmar esencialmente en su obra. En esta ocasión es el pintor austríaco Egon Shiele (1890-1918), un creador considerado expresionista -lo que fuera una forma de romanticismo modernista- pero que nos muestra en su obra Desnudo yacente con medias negras (1911), sin embargo, unos rasgos que se encuadrarían más en la tendencia Simbolista.

La Escuela de París estuvo situada a principios del siglo XX y fue un momento artístico que se influenciaría tanto del Postimpresionismo como del Expresionismo posterior. Mantuvo un representante fundamental, Modigliani (1884-1920), un creador que pinta este impactante y sugestivo Desnudo acostado del año 1900 y expuesto en la colección Mattioli de Milán. El Modernismo hispano tiene un representante genial en Julio Romero de Torres (1874-1930), un artista que dominaría casi todas las tendencias pictóricas de su época. En este caso con una obra de la Vanguardia Histórica-Realista, La nieta de Trini del año 1929, Museo Julio Romero de Torres, Córdoba. Por último un representante del Surrealismo más clásico, el pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), que en el año 1934 pinta este óleo maravilloso de una mujer dormida, Desnudo en la playa, ubicado actualmente en la Galería Derom de Bruselas.

La Historia del Arte nos muestra cómo los creadores han reflejado la emoción de su expresión artística según su tendencia o estilo temporal, pero también plasmando algo que sobresale siempre en la propia obra y que depende tanto del momento en el que vivieron como de la pasión de comunicar lo que desearon. Y esto último la mayoría de las veces fue independiente de que sus coetáneos lo quisieran ver así o no. Sólo un dato por curiosidad: ¿por qué algunos pintores dibujaron sus modelos de derecha a izquierda o al revés?, es decir, o con la cabeza en la parte derecha del cuadro, según el espectador, o justo en la parte opuesta. Por ejemplo, en esta muestra los pintores Puccio, Goya, Renoir, Dalí y Delvaux pintaron sus modelos desnudas al contrario que los otros, de derecha a izquierda. Entonces, ¿es que eran zurdos o situaron ellos así el mejor perfil de ella, o...?

2 de mayo de 2010

El deseo, la curiosidad, los dioses y el destino.



En la actual Turquía, en la región de Anatolia central, se situaba el antiguo reino de Frigia, coetáneo de la Grecia homérica de los dioses y las ninfas. Fue Frigia cuna de dioses que luego Grecia y Roma asimilarían a su cosmogonía mítica para llegar a entender el mundo y sus misterios. Entre aquellos dioses antiguos dos fueron importados por Grecia desde Frigia: la diosa Cibeles y el dios Atis. Cibeles fue considerada como la Gran diosa madre de la Tierra. Era la diosa de la fertilidad, compartía con Júpiter (el Zeus romano) el poder sobre la reproducción de todos los seres. Atis, sin embargo, era un pequeño dios-pastor frigio muy bello y por el que Cibeles llegaría a concebir un gran amor platónico muy idealizado. La diosa le encargaría proteger su culto y para ello le ordenaría que debía mantenerse casto y célibe. El apasionado Atis no pudo evitar sentir, sin embargo, una atracción irresistible por la bella ninfa Sagaritis y acabaría uniéndose a ella, fatalmente. Afectada e indignada por tal afrenta, Cibeles terminaría matando decidida a su ahora rival amante humana. Provocaría luego en Atis una locura tal que acabaría éste en una crisis de terrible pasión desenfrenada, automutilándose incluso sus propios genitales.  Otra leyenda de la diosa Cibeles cuenta cómo ésta, arrepentida ahora de su crimen, resucita a Atis en forma de un pino, hecho que en la mitología grecorromana se relacionaría además con el origen de los misterios orgiásticos y órficos de la resurrección.

Atalanta era una muy bella doncella mitológica que se opondría celosamente al matrimonio. Cuenta la leyenda que su padre, Yaso, sólo desearía tener hijos varones, por lo que cuando ella nació decidió entonces abandonarla para siempre. Atalanta fue amamantada por una osa y recogida luego por unos cazadores que la educaron en el arte cinegético, consiguiendo así que llegara a ser una certera manejadora del arco y de las flechas. Su belleza y castidad llegaron a enloquecer a los hombres, que desde entonces la acosarían a ella sin cesar. Atalanta idearía entonces una estratagema para evitarlos: los que la pretendieran debían competir con ella en una carrera de velocidad. Si alguno de los competidores resultaba ganador obtendría su mano para siempre. Pero esto era una cosa muy improbable ya que Atalanta era la criatura más veloz de la Tierra. Si, por lo contrario, el audaz pretendiente fuera derrotado, moriría éste decapitado sin remisión. Hipómenes -nieto del dios Poseidón- deseaba tanto a Atalanta que acudiría a la diosa Afrodita para que ésta le ayudase a conseguirla. La diosa de la belleza estaba además muy celosa e irritada por la ahora belleza casta y pura de Atalanta. Entonces Afrodita le ofrecería a Hipómenes tres manzanas de oro para que las dispersara en la carrera, pero hacerlo sólo cuando él estuviese compitiendo junto a ella. Así que ahora en la carrera la veloz Atalanta, sorprendida e intrigada por esas manzanas extrañas, no tuvo más remedio que detenerse a contemplarlas, mirarlas con curiosidad y tomarlas con su mano, perdiendo así, definitivamente, la carrera más sencilla y decisiva de su vida. Con este hábil engaño pudo Hipómenes conseguir, por fin, su deseado amor escurridizo. Algún tiempo después ambos amantes llegaron a profanar un santuario de la diosa Cibeles, al dejarse llevar por sus pasionales y desinhibidos impulsos amorosos. El gran dios Zeus, enojado, los transformaría unidos al carro de Cibeles en dos hermosos leones para siempre. En la mitología griega se creía que los leones sólo se unían sexualmente a los leopardos, y es por eso que Atalanta y Hipómenes jamás volvieron a amarse como antes. Con todo esto y después de todo, sin embargo,  Atalanta terminaría ya así consiguiendo, por fin, todo aquel impertérrito y peregrino deseo inicial tan casto.

(Imagen del lienzo Hipómenes y Atalanta, 1612, del pintor Guido Reni (1575-1664), Museo del Prado, Madrid; fotografía de la fuente La Cibeles, plaza de la Cibeles, Madrid; imagen de un fresco procedente de Pompeya, Atis y las Ninfas, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles, Italia.)

1 de mayo de 2010

Un castillo con Ángel, un emperador, una epidemia, un papa, su víctima y un pintor.



El emperador romano Adriano (Itálica, España, 76 - Campania, Italia, 138) gobernaría sobre el inmenso imperio que aglutinase todo el orbe clásico alrededor del mar Mediterráneo. Sobrino del gran emperador Trajano, heredaría el trono imperial sólo momentos antes de morir éste, cuando la emperatriz Pompeya Plocina le aconsejara a su moribundo esposo la idoneidad de nombrar a Adriano para el cargo. En el año 135, tres años antes de morir, ordenaría Adriano construir su propio mausoleo en Roma. Sin embargo, sería terminado cuatro años después por el emperador siguiente, Antonino Pío. La majestuosidad de la obra culminaba en lo alto del magno edificio con una gran cuádriga tallada en bronce, guiada ahora por el propio emperador. Aquí, en este impresionante edificio, sería enterrado, como fuera su deseo, el emperador romano Adriano. Pero, un siglo después, su uso fue cambiado por el césar Aureliano (214-275), que lo transformaría en un baluarte defensivo para proteger la ciudad eterna de posibles invasiones futuras, algo que, sin embargo, no se evitaría de padecer en la historia posterior.

Con los años llegaría el cristianismo, y, durante el siglo VI, hubo una fuerte epidemia de peste bubónica en la ciudad de Roma. En noviembre del año 589 el río Tíber se desbordaría además, provocando así el derrumbamiento de varios edificios, entre ellos los almacenes de cereales de la Iglesia, unos grandes silos que contenían las reservas para alimentar a Roma durante el siguiente invierno. La peste fue devastadora con la población ese fin de año 589. El propio Papa de entonces, Pelagio II (579-590), fallecería víctima de la cruel enfermedad. Coincidió entonces que la epidemia dejaría de ser mortífera al año siguiente, cuando el próximo Papa, Gregorio I, habría celebrado, casualmente, solemnes letanías para mitigarla. Aun así, el mal se extendería por todo el norte de Italia. Pero, sin embargo, Roma se salvó. Gregorio I (590-604) creería entonces ver en lo alto del antiguo mausoleo de Adriano -en aquellos años un castillo-fortaleza alto medieval- la imagen del arcángel San Miguel desenvainando su espada poderosa. Un signo providencial, para aquel pontífice, del fin de la agonía y de la salvación de Roma de la peste.

En conmemoración de ese hecho, un gran ángel coronaría desde entonces el grandioso castillo romano, pasándose a llamar ahora Castillo de San Ángelo. El edificio ha estado ligado a la Iglesia tanto por su ubicación, muy cercana al Vaticano, como por haber sido un eficaz refugio de los Papas. Así, por ejemplo, sucedería con el pontífice Clemente VII (1523-1534) que, durante el saqueo de Roma por las tropas del emperador Carlos V en el año 1527, tuvo que hacer uso de la protección de sus muros para resguardarse en él. Otro papa, Clemente VIII (1592-1605), lo haría tristemente famoso por mandar ajusticiar a toda la familia romana de los Censi en el puente del Castillo de San Ángelo un 11 de septiembre del año 1599. Beatrice Censi era la hermosa hija de un temperamental y violento aristócrata romano de finales del siglo XVI. Tan desalmado era que llegaría a tener relaciones incestuosas con su propia hija. Después de alertar a las autoridades del ofensivo comportamiento paterno, y viendo la familia Censi el inútil sentido de la denuncia, decidieron entonces asesinarle. Arrojaron luego el cuerpo herido mortalmente por un balcón de la casa, para que pareciese un accidente, pero entonces nadie les creyó, menos el Papa. Desestimando todos los argumentos de la familia, el propio Papa acabaría cumpliendo su justicia y mandaría decapitar a Beatrice Censi.

Las propiedades de la familia Censi fueron confiscadas por la Iglesia, y Beatrice Censi pasaría, sin haberlo querido el propio Papa así, a ser todo un símbolo de liberación para los ciudadanos de Roma, un ejemplo de resistencia y honestidad frente a la altiva y cínica aristocracia. Desde entonces, una leyenda romana se crearía en la ciudad Eterna: todos los años, la medianoche antes del día de su decapitación, se aparece en el puente del Castillo de San Ángelo la joven Beatrice Censi, pero, ahora sosteniendo ella entre sus manos su propia decapitada cabeza. El pintor italiano Guido Reni (Bolonia, 1575-1642) perteneció a la exitosa y efímera Escuela de pintura Boloñesa del famoso pintor Annibale Carracci. A él se le atribuye haber realizado el cuadro Retrato de Beatrice Censi, actualmente en la Gallería Nazionale d'Arte Antica de Roma. También se le atribuye el cuadro Arcángel San Miguel, aquel ángel del señor que viese Gregorio I enarbolando su espada contra la terrible peste, y que sustituiría al gran emperador Adriano en lo alto del Castillo romano. Fue pintado para una iglesia de Roma a principios del siglo XVII por el genial Guido Reni. El Arte, como la historia, la vida y sus milagros, son parte a veces de alguna trama personal que utilizarán, por un lado, los crédulos para defender ahora sus propias pasiones, y, por otro, los escépticos para argumentar sus peregrinas razones...  Pero las historias -legendarias o no- seguirán siendo una de las mejores y más fascinantes creaciones realizadas por ser humano alguno para ser oídas o leídas siempre. Sea éste un homenaje a las mismas y al Arte que, luego, las mantendrá eternas, bellas y poderosas.

(Imagen del Castillo de San Ángelo con su puente, y del Castillo de San Ángelo de frente, Roma, Italia; Imagen del emperador romano Adriano; Cuadro Arcángel San Miguel, de Guido Reni, iglesia de los Capuchinos, Roma; Magnífica obra de Goya, Retrato del papa Gregorio I el magno; Óleo de Beatrice Censi, y Autorretrato, ambas obras del pintor Guido Reni.)

17 de abril de 2010

El devenir de la vida, las vidas de una vida... y el paso del tiempo.



Al filósofo griego Heráclito (Éfeso, 535 a.C. - 484 a.C.) se le atribuye el sabio aforismo que dice: Sabemos que la misma agua no pasa dos veces por el mismo cauce. Sabemos que la misma piedra no es pulida dos veces por la misma agua. En otro aforismo, Heráclito expresaría también: En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos... Esta es la filosofía o doctrina heraclitiana del cambio o del devenir, y que está además motivada por la lucha, por el conflicto o por la supervivencia, es decir, por la superación de la vida. Muchas religiones, orientales en su mayor parte, han señalado así el propósito de la senda de la vida como un fluir cuasi interminable, donde una esencia fundamental -espíritu o alma- circula en una espiral de reencarnaciones o de vidas repetidas. Cierto es que, también (sin perjuicio de la veracidad de la metempsicosis), se pueda establecer ahora además una cierta analogía de lo anterior con el transcurso propio de la existencia temporal -real o terrestre- de una vida humana.

Es como la evolución de cada individuo a lo largo de su vida, como la transformación habida en el yo interior de los seres humanos durante el desarrollo de su existencia. A su vez, se puede corresponder también con las diferentes muertes que en las distintas etapas de una misma vida un mismo ser humano pueda sufrir. Por ejemplo: de la niñez a la adolescencia habrá una muerte; de la adolescencia a la madurez otra; de ésta a la vejez una más. Son esos los cambios de aspecto, de pensamiento, de personalidad, de carácter, de fines, o del sentido último que un mismo ser humano experimente a lo largo de su existencia. Es decir, que en el transcurso de una misma vida se pueda morir y renacer tantas veces como el propio ser lo necesite.

El gran poeta portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) expresaría genialmente, aunque aquí con otro ligero sentido distinto, parte de ese transcurrir existencial en el siguiente verso:

Sí, soy yo, yo mismo, tal cual he resultado de todo (...).
Cuanto fui, cuanto no fui, todo eso soy.
Cuanto quise, cuanto no quise, todo eso me forma.
Cuanto amé o dejé de amar es en mí la misma saudade*.
Y al mismo tiempo la impresión un tanto lejana,
como de sueño que se quiere recordar,
en la penumbra a la que despertamos,
de que hay en mí algo mejor que yo.

(* Nostalgia, melancolía o añoranza en idioma portugués.)


En el Arte algunos autores han creado obras que han reflejado el paso del tiempo en las diferentes edades del hombre. Esta entrada desea expresar el sentido de esas diferentes personas o vidas que, a lo largo de toda su existencia, el ser humano pueda llevar a cabo. Aquél que fuimos, ya no somos; el que seremos, no tendrá mucho que ver con el que somos ahora. Hasta la propia esencia de lo que nos configura geneticamente variará a veces, porque ni las células, ni el ADN siquiera, serán exactamente los mismos en todo el devenir existencial... Todo cambia, todo puede cambiar y, sin embargo, mantener con ello así una misma -¿única?- individualidad. Entender que el proceso de cambio es necesario e inevitable quizás nos haga, por fin, reconciliarnos de una vez para siempre con nuestro apesadumbrado destino.

(Imagen de Joven peinándose, Giovanni Bellini (Venecia, 1429-1516), Museo de Viena; Lienzo Alegoría de las Tres Edades de la Vida (1512), del genial Tiziano, Galería Nacional de Escocia; Cuadro Vieja mesándose los cabellos, de Quentin Massys (Lovaina, 1466-1530), Prado; Las cuatro edades, de Eduard Munch (Loten, Noruega, 1863-1944); Mujer entre la juventud y la vejez, Escuela de Fontainebleau, siglo XVI; Las tres edades, del pintor italiano Giorgione (Venecia, 1477-1510); Heráclito, del pintor holandés Brugghen (1588-1629); Retrato de Fernando Pessoa, de Joao Luiz Roth.)

12 de abril de 2010

La imitación de la vida, el arte como modelo y dos creadores.



Cuando en el año 1891 el escritor británico Oscar Wilde (Irlanda, 1854 - París, 1900) publicase La decadencia de la mentira, dejaría claramente plasmado en su ensayo su lucha contra el movimiento Realista, una tendencia artística que desarrollaría una fuerte influencia en toda la segunda mitad del siglo XIX. En ese ensayo literario Wilde expuso sus principios artísticos, si esto es posible en Oscar Wilde, con una dialéctica maravillosamente escrita. De uno de aquellos principios, nos dijo el escritor británico: "El Arte no es imitación de la realidad sino una creación; el Arte no imita a la vida sino al revés, la vida imita al Arte. En el Arte no interesa la simple verdad, tan sólo la compleja belleza." Benvenuto Cellini (Florencia, 1500-1571) fue un escultor y orfebre del Renacimiento italiano. Fue discípulo incluso del gran Miguel Ángel, y, con los años, un artista muy contratado por los grandes personajes de la época. El rey Francisco I de Francia le invitaría una vez a su corte y crearía allí Cellini para él un maravilloso salero de oro y esmalte, el reconocido y valioso objeto artístico denominado como Saliero.

Era un extraordinario objeto de arte de gran maestría decorativa y escultórica, modelado y fundido en oro y que representaba al dios Neptuno y a la diosa Ceres (el Mar y la Tierra en el mito griego), toda una metáfora mitológica de la producción de la preciada especia alimenticia. La vida de Cellini fue además toda una gran aventura existencial, experiencias que él mismo redactaría en unas memorias célebres. Una autobiografía que el propio Oscar Wilde calificaría como de los pocos libros que merecían la pena leerse. En aquella obra de Wilde, uno de sus personajes expresaría lo siguiente: Dicen las gentes que el arte nos hace amar aún más la naturaleza... A mi juicio cuanto más estudiamos el arte menos nos preocupa la naturaleza. Realmente lo que el arte nos revela es la falta de plan de la naturaleza, su extraña tosquedad, su monotonía, su carácter inacabado. Cuando contemplo un paisaje natural me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la naturaleza sea tan imperfecta, ya que en otro caso no existiría el arte... El arte encuentra su perfección en sí mismo y no fuera de él. No hay que juzgarlo conforme a un modelo interior. Es velo más bien que espejo. Suyas son las formas más reales de un ser viviente, suyos son los grandes arquetipos de que son copias imperfectas las cosas existentes. La revelación final es que la mentira, es decir, relato de bellas cosas falsas, es el fin mismo del Arte.

En esta nueva y discontinua entrada en el tiempo he querido homenajear la creación artística como el único verdadero sentido de la vida... Lo único que la hace interesante propiamente, ya que el resto de cosas que pudieran también hacerla fenecerán muy pronto después de ejecutarlas, justo luego apenas de crearse, para algún deleite vano que en algo nos acucie en el mundo... El Arte, a cambio, es lo único que permanecerá, magnífico y eterno, siempre así para nosotros. Algo que uno puede siempre repetir en su ejecución personal, releer,  re-visualizar o revivir de nuevo, tantas veces como su ánimo ofuscado le permita valorarlo o admirarlo de nuevo y para siempre. Cualquier otra cosa de la vida se agotará rápidamente una vez que se haya descubierto o se haya elaborado o se haya consumido deseosa. Salvo que sea Arte, lo cual nos trasciende y eleva, verdaderamente, de nuestra propia e incomprensible futilidad.

(Imagen de la obra El Saliero, siglo XVI, del artista italiano Benvenuto Cellini, Museo de Arte de Viena, robada en el año 2003 de este museo por un ladrón amateur que lo organizó, sin embargo, para solicitar un rescate a la compañía de seguros; la policía vienesa logró detenerlo y recuperar la pieza de arte, valorada en 50 millones de euros, tres años después; Imagen de un salero real y convencional, con el mismo uso que aquella obra creada, pero sin su exquisita mentira...; Busto de Benvenuto Cellini en Florencia; Grabado con la imagen de Oscar Wilde).

19 de diciembre de 2009

Orfeo: un deseo y una tentación fatídica.



Orfeo fue un curioso personaje de la mitología griega al que el dios Apolo le ofreció unos dones. Entre ellos la música, para que, con su lira, pudiera componer los cantos más poderosos. Tan poderosos que hasta las fieras, las rocas, las aguas, las tormentas o lo más terrible de la naturaleza se tranquilizaran al oírlos. Orfeo se enamoró de la bella ninfa Eurídice, la cual en una ocasión fue sorprendida por un personaje siniestro que quiso forzarla vilmente. En su huida, Eurídice es atacada por una serpiente que la mata rápidamente. Orfeo, ahora enloquecido, solicita a Zeus -el dios más importante del Olimpo- la posibilidad de bajar a los infiernos a buscarla. Hades, el dios del inframundo, accedería a que Orfeo finalmente pudiera entrar en el infierno y sacar a su mujer del Hades.

A cambio, sólo pondría Hades una condición a Orfeo: que no la mirase a ella hasta llegar al exterior del infierno, que esperase así hasta que Eurídice estuviese fuera de sus puertas. Pero, para cuando ellos están llegando por fin a la salida, no pudo resistir él la tentación y giraría levemente entonces la cabeza. Así lo hizo para ver si su mujer lo seguía. En ese momento Eurídice desaparecería para siempre. Esta célebre leyenda mítica es una alegoría del hombre que no puede resistir la tentación. A pesar de que se nos avisen incluso, siempre creeremos que habrá otra nueva oportunidad. ¡Que, finalmente, no se nos va a condenar por ello! Pero la vida y la muerte obedecen a leyes inapelables e irreversibles. A pesar de esto seguiremos, como Orfeo, creyendo que podemos mirar atrás y no nos pasará nada, que sólo se nos reprochará, levemente si acaso, nuestra infantil temeridad tan ingenua. Pero eso es sólo una ilusión, una muestra más de nuestra absoluta, completa y frágil debilidad.

(Imagen del cuadro El mito de Orfeo, del pintor Marc Chagall; Cuadro Lamento de Orfeo, de Alexandre Séon; Lienzo Orfeo y Eurídice, de Rubens.)

9 de diciembre de 2009

Un relato, una obra de Arte, una natividad perdida... y un deseo.



El gran pintor italiano del Barroco Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610) pintaría en el año 1609 el lienzo Natividad con San Francisco y San Lorenzo. Fue una obra encargada para el oratorio franciscano de San Lorenzo en la ciudad de Palermo, Sicilia. De una composición sobria y nada convencional, sobre todo para lo que, por entonces, se consideraría un relato evangélico tan especial y estereotipado como ese. Porque ahora, en este lienzo del Barroco caravaggista, tan sólo el ángel ofrecerá aquí un claro símbolo sagrado a la imagen, siendo así el perfil del resto de los personajes, de sus figuras y sus gestos, trazados con rasgos más humanizados y más vulgarizados, para nada hieráticos o sacralizados como los de antes. Todo esto algo por entonces, sin embargo, muy impropio en este tipo de escenas divinas y referidas a la Natividad.

El diecisiete de octubre del año 1969 sería robada esta obra del oratorio de San Lorenzo. Desde entonces, el lienzo se encuentra absolutamente perdido. En estas fechas navideñas es ahora como una metáfora... Porque para muchos de los que, alguna vez, la Navidad fuera algo significativo y familiar, pero que se perdió en la bruma de los años, representará, tal vez, un símbolo, casi un desconocido presagio. Al parecer, un miembro arrepentido de la mafia italiana, Francesco Marino Mannoia, explicaría en un juicio llevado a cabo en el año 1996 cómo fue el robo: Se arrancó el lienzo del marco con una hoja de afeitar, lo que le ocasionó al cuadro algunos graves desperfectos. Cuando el comprador lo vió se echó a llorar y decidimos destruirlo, ya que era del todo invendible...

Otro mafioso, Salvatore Cangemi, aseguraba que no se destruyó el lienzo, que se expone aún en las reuniones de la Mafia algunas veces...  El caso, es que no se ha recuperado nunca esta obra maestra de Caravaggio. Sin embargo, los Carabineros italianos no se muestran para nada vencidos, sino todo lo contrario, confían en poder recuperarlo algún día. El hecho de que muchas de estas obras hayan desaparecido desde hace tantos años no nos desalienta, y continuaremos buscándolas siempre, dijo un responsable de los Carabineros para la Tutela del Patrimonio Cultural italiano. No estaré satisfecho hasta que encontremos la Natividad de Caravaggio, declaró hace unos años el general carabinero Conforti. Así como estos agentes policiales expresarán su deseo por recuperar esa obra de Arte desaparecida, algunos puedan ahora, así, interiormente quizá, desear o expresar también el poder recuperar esa otra emoción perdida... Esa otra natividad extraviada u olvidada hará años, alguna vez, cuando la vivieran ya, por entonces, como aquellos que, antes de extraviarse el Caravaggio, pudieron también así disfrutarlo...

(Óleo Barroco sobre lienzo, del año 1609, Natividad de San Francisco y San Lorenzo, del pintor italiano Caravaggio, óleo perdido desde el año 1969.)

6 de diciembre de 2009

Un colorido intenso, una época postimpresionista y un pintor desconocido.



Un gran representante del Postimpresionismo español -también conocido como Modernismo- lo fue el pintor catalán Hermenegildo Anglada Camarasa (1871-1959). Junto a Sorolla y Zuloaga, fue uno de los grandes pintores del primer arte novocentista español. En París estableció su estudio artístico, influenciándose además por autores franceses como Degas y Toulouse-Lautrec. Desconocido, sin embargo, para el gran público, en esta pequeña selección de su obra se observa ahora su estilo particular, un estilo que puede incluso compararse con el tan conocido y valorado pintor, del movimiento de la secesión vienesa, Gustav Klimt. Pero en el Arte, como en la vida, en la gloria y en el reconocimiento, no siempre se repartirá su veleidosa bendición a todos por igual... He aquí una muestra de ello.

(Imágenes de obras del pintor Anglada Camarasa: Granadina, Museo de Arte de Catalunya, Barcelona, España; Sevillana, Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina; Desnudo bajo la parra, Museo Bellas Artes de Bilbao, País Vasco, España; Retrato de Sonia Klamery, Museo Reina Sofía, Madrid, España; y Los ópalos, Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina.)

28 de noviembre de 2009

Un deseo, un poeta, una luz, aunque es de noche.



Que bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche.
...
Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.
...
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadearla,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
...
La corriente que nace de esta fuente,
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
...
Esta eterna fuente está escondida
en este vivo maná por darnos vida,
aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche.

Esta viva fuente, que deseo,
en este maná de vida yo la veo,
aunque es de noche.

(Adaptación del Cantar del alma, del poeta español San Juan de la Cruz, 1542-1591.)


(Imagen de El caminante sobre el mar de nubes, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, 1774-1840, Hamburgo, Alemania.; Cuadro del mismo pintor, Puerto de Noche, Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia.)

27 de noviembre de 2009

El beso: la escena más romántica en el Arte.



En toda la historia del Arte el beso no fue representado en todo su simbolismo erótico sino hasta la llegada del Romanticismo. Uno de los primeros creadores que lo hiciera lo fue Francesco Hayez (1791-1882), un pintor italiano que consiguió en sus creaciones una escenificación muy apropiada para las grandes gestas históricas y dramáticas. De hecho, el cine tuvo en él un ejemplo para los grandiosos montajes cinematográficos que después hicieron alarde en el público.

Pero no fue sino hasta mediados del siglo XIX, sobre todo a finales de ese siglo, cuando se atrevieron los pintores a plasmar en un cuadro el gesto tan antiguo, y al mismo tiempo tan íntimo, como es el del contacto labial de los amantes. Otros pintores anteriores en el tiempo plasmaron en sus obras de Arte otros besos, ahora éstos más castos y puros, besos en la mejilla o en las manos o en la frente; besos inocentes aunque, a veces, también cargados de deseo. Pero la expresión más realista del beso enamorado no fue llevada al Arte sino hasta que lo plasmaran los pintores románticos y postimpresionistas posteriores. Después la ópera, el teatro y el cine hirían avanzando en la más auténtica representación del único gesto humano que no confunde mientras se lleva a cabo, como otros...

(Imagen del cuadro de Francesco Hayez, El beso, en la Pinacoteca de Brera, Milán, Italia; Cuadro El Beso, del pintor romántico Theodore Gericault (1791-1824), Museo Thyssen-Bornemisza; Cuadro del simbolista Gustav Klimt (1862-1918), El Beso; Obra de Théophile Alexandre Steinlen (1859-1923), El Beso; Imagen del cuadro de Franz Von Stuck, El beso de la Esfinge; Fotograma de la película Lo que el viento se llevó, 1939.)

22 de noviembre de 2009

Un arrepentimiento, un destino, una ópera y el Arte.



Un famoso guión cinematográfico (Blade Runner, 1982) utilizaría un concepto mítico y metafísico, La puerta de Tannhäuser, para referirse con él a la entrada a un destino inevitable y fatal. Pero, mucho antes, un compositor alemán había sido el responsable de hacer mención a esa leyenda en la figura del poeta medieval alemán Tannhäuser (1205-1270). Richard Wagner (1813-1883) compuso su ópera romántica Tannhäuser en el año 1845. En ella el poeta-personaje llevaba una vida disoluta y vagabunda. Encuentra una vez en su caminar errante un lugar maravilloso, Venusberg (montaña de Venus), el reino mítico, idílico y sensual de la famosa diosa griega de la belleza Afrodita. Ahí disfrutará él sin parar y con extremo goce los placeres más ocultos y sensuales de la vida. Pero luego, sin embargo, cansado de los disfrutes vanos que la diosa de la belleza y el amor le aportase, decide dejar y abandonar ese idílico lugar legendario, ahora ya del todo arrepentido por completo.

En su nuevo deseo de cambiar y mejorar peregrina incluso a Roma. Entonces el inflexible papa Urbano IV lo recibe de un modo exigente y riguroso, mostrándose displicente con él diciéndole incluso que es tan imposible redimirlo como que el bastón papal llegase algún día a florecer. Tannhäuser se marcha decepcionado, meditabundo y desolado por ese cruel rechazo. Pero de pronto, buscando inútilmente ahora un sentido a su vida en alguna que otra cosa que le pudiese redimir, volvería Tannhäuser de nuevo a Venusberg, aquel paraíso engañoso donde acabaría entregado otra vez a su delirio. Al cabo de unos días el papa observa ahora, sorprendido, como su bastón florece de modo incomprensible. Urbano IV envia inmediatamente un mensajero para que Tannhäuser regrese a Roma y reciba así, ahora seguro por completo, ya su ansiado y requerido perdón. Pero ya es demasiado tarde, Tannhäuser no está, había desaparecido para siempre de un modo definitivo e inevitable. Entonces será el pontífice el que acabará, a cambio, siendo condenado ahora para siempre. Esta leyenda inspiraría a muchos poetas y músicos románticos alemanes del siglo XIX. Hasta que, con los años, llegara a inspirar a un famoso guionista de ciencia-ficción cinematográfico, creando entonces una fantástica puerta sin regreso, una puerta ahora inevitablemente fatal y definitiva.

(Imagen del cuadro del pintor John Collier, 1850-1931, Tannhäuser en el Venusberg; Imagen del cuadro pintado por Renoir, Richard Wagner; Imagen de un grabado del Papa Urbano IV, 1195-1264)