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31 de octubre de 2010

El héroe hispano, la ciudad que lo nombró, el hispanismo anglosajón y el Arte.



Cuando el millonario heredero norteamericano Archer Milton Huntington (1870-1955) visitara México de adolescente, quedaría fascinado entonces por la cultura hispana que viera allí. De sus viajes y su pasión cultural, le surgió entonces la idea de crear un gran museo histórico y cultural hispano en su país. En el año 1892 viajaría a España por primera vez, y no dejaría ya entonces de tener la obsesión de que ese museo fuese para ilustrar y dar a conocer la extraordinaria historia y cultura hispana de siglos. Visitaría la ciudad de Sevilla en muchas ocasiones, y la urbe andaluza le llegaría a ofrecer incluso el título de hijo adoptivo... En un segundo matrimonio se casaría Huntington, en el año 1923, con la escultora y artista Anna Vaughn Hyatt (1876-1973), la cual fue, además de una excelente creadora de Arte, una gran aficionada a los animales y a su anatomía. Posiblemente por su afición a los caballos, y la pasión de su marido por la cultura española, es por lo que, en el año 1929 y con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, el matrimonio norteamericano Huntington hiciera donación a Sevilla de una estatua ecuestre del héroe medieval español Rodrigo Díaz de Vivar (1050-1099), más conocido en la historia como el Cid Campeador.

De la representación escultórica ecuestre del Cid, Anna Huntington realizaría varias esculturas además de la de Sevilla: la de Nueva York (en la Hispanic Society); las de San Francisco y San Diego en California; y la de Washington D.C.  La primera divulgación que se hiciera del héroe español fue la narración medieval -parte legendaria y parte real- conocida como El Cantar de Mio Cid. Escrita en castellano antiguo sobre el año 1200, en ella se cuentan los últimos años del Cid. Narraba primero el destierro y deshonra del caballero luego de ser acusado falsamente, después contaba la gran victoria frente a los musulmanes almorávides, conquistando la ciudad de Valencia en el año 1094. Como homenaje por esta gran conquista, se acabarían concertando los matrimonios de las hijas del Cid con unos nobles castellanos para conferir así dignidad de señor a Rodrigo Díaz. Continúa el relato medieval con el ultraje y la violación de las hijas del Cid en un bosque castellano, lo cual, según la tradición, suponía el repudio de los nobles infantes a sus esposas, las hijas del Cid. Más tarde el Cid consigue la nulidad de esos enlaces y, ante el asombro de todos, concierta nuevos matrimonios para sus hijas con la realeza de algunos reinos peninsulares. De esa forma, la narración medieval mantiene así una línea literaria del tipo pérdida-recuperación-pérdida-encumbramiento.

Siglos más tarde, fue la literatura francesa la que glorificaría la figura del héroe hispano con la obra teatral El Cid, del dramaturgo francés Pierre Corneille (1606-1684). Esta representación teatral del caballero castellano la sitúa el autor francés, sin embargo, incorrectamente en Sevilla, una licencia literaria que el escritor se tomaría, ya que por entonces Sevilla no pertenecía aún a Castilla sino al reino taifa del árabe Al-Mutamid. En la historia real este rey árabe de Sevilla sí solicitaría a Rodrigo Díaz, en el año 1082 -cuando el caballero acudió a recaudar el tributo para su rey castellano Alfonso VI-, que le ayudase en su guerra contra otro reino peninsular árabe, el de Granada. Al conseguir la victoria, el pueblo sevillano le nombraría Sidi Campidoctor -señor en batallas campales- a su regreso al reino sevillano de Al-Mutamid. Esta obra francesa daría a conocer la figura del héroe hispano fuera de España, sobre todo hasta que, muchos años después, otro autor, norteamericano en este caso, creara la producción cinematográfica El Cid en el año 1961. El productor Samuel Bronston y el director Anthony Mann consiguieron universalizar así, aún más, la ya gran figura histórica y legendaria que fuera Rodrigo Díaz, llamado el Cid.

Muchos hispanistas han existido -y existen- en las artes y en la historia y cultura de España. Desde siempre el interés por la gesta, la cultura, la historia o la curiosa realidad de un pueblo que lucharía durante ochocientos años para configurar su propio Estado, y que, después, volvería a luchar para conquistar medio mundo y que, todavía más tarde, se llevaría parte de su historia para preservar su legado, han sido elementos que han fascinado y fascinan a muchos eruditos del mundo. Hasta en la cultura popular se han llegado a intercambiar, con el mundo anglosajón por ejemplo, canciones y voces que han conquistado -en esta ocasión- el alma y las emociones de sus aficionados. Como la canción escrita en el año 1967 por el norteamericano Bob Crewe (1931), No puedo quitar mis ojos de ti, cantada en español por el gran intérprete inglés Matt Monro (1932-1985) allá por los años sesenta.

(Fotografía de la estatua ecuestre del Cid en Sevilla, 2010; Fotografía de la escultura del Cid en el patio de la Hispanic Society de Nueva York, ambas de la escultora americana Anne Huntington, 1927; Fotografía actual de la plaza sevillana donde se encuentra la estatua del Cid; Fotografía de la misma plaza y su estatua en 1929, Sevilla; Cuadro del pintor Ignacio Pinazo, Las Hijas del Cid, 1879; Fotografía del Monasterio castellano de San Pedro de Cardeña, Burgos, fundado en el año 889, donde fue enterrado el cuerpo del Cid, el cual sería trasladado luego a la Catedral de Burgos, cuando su tumba en el monasterio fuese saqueada por las tropas napoleónicas en el año 1809; Fotografía de Anna Huntington, 1915; Fotografía de Archer Milton Huntington, 1905.)

Vídeo de la película El Cid, 1961; Vídeo del cantante Matt Monro:

10 de junio de 2010

Una carga de caballería histórica, unos héroes, un desastre... y un olvido.



Cuando en el año 1921 un ejército expedicionario español se adentrase, peligrosamente, en una posición enemiga difícil y arriesgada en el norte del Rif (Marruecos), unos diez mil militares españoles acabarían dando sus vidas en lo que se dio en llamar por entonces Desastre de Annual. Como consecuencia de este hecho lamentable toda una nación se vio arrollada luego a otro desastre histórico..., uno que empezaría allí mismo, en Annual, pero que concluiría en la cruenta guerra civil que se iniciaría sólo quince años después de aquel terrible suceso. Así de importante fueron aquellos hechos y las consecuencias políticas, militares y sociales de aquella terrible derrota sin precedentes en la historia de España. Al mando de ese ejército expedicionario español se encontraba el general de división Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), cuya valentía y arrojo fueron superiores a su prudencia y cálculo. Como consecuencia de su decisión no pudo entonces más que dar la fatídica e inevitable orden de retirada. Por esa decisiva orden se llevaría a cabo, en una de las posiciones llamada Monte Arruit, una de las cargas de caballería más valerosas y heroicas que la historia de un regimiento militar haya tenido jamás.

El Regimiento de Caballería Cazadores de Alcántara número 14, al mando del teniente coronel Fernando Primo de Rivera (1879-1921), fue requerido desesperadamente por el general Felipe Navarro (1862-1936), segundo al mando de ese ejército expedicionario -ahora en retirada-, para realizar aquel fatídico día 23 de julio del año 1921 hasta ocho cargas de caballería en una de las posiciones más arriesgadas y heroicas de un regimiento militar. De un total de 691 hombres del Regimiento español sólo quedaron vivos 150 militares. De ellos fueron heridos o hechos prisioneros 83 y tan sólo 67 pudieron conseguir alcanzar la posición final. El jefe de este Regimiento de Caballería saldría ileso de todas las cargas, pero fallecería días más tarde a consecuencia de una bala de cañón enemigo. Por su heroísmo ante el enemigo fue condecorado póstumamente por el propio rey Alfonso XIII, encumbrado así a la más alta memoria del Regimiento, una unidad militar que, a su vez, obtuvo colectivamente la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración española en tiempos de guerra.

El Comandante General de ese ejército expedicionario, el general de división Fernández Silvestre, también moriría en la posición desastrosa de Annual, pero cargaría, sin embargo, con la ignominiosa responsabilidad histórica maldita. El segundo jefe al mando de ese ejército español, el general Navarro, y el teniente coronel Pérez Ortiz fueron hechos prisioneros junto a otros oficiales por los enemigos rifeños durante casi dos años en unas condiciones deplorables. Serían liberados finalmente, gracias a un rescate económico que abonaría el gobierno de España a los enemigos bereberes. No les consideraron héroes por entonces, y hasta el propio general Navarro llegaría a pasar un Consejo de Guerra, aunque más tarde sería absuelto de toda responsabilidad. Pero como en todos los desastres malditos algunas figuras relevantes desaparecerán sin brillo, otras serán denostadas y las menos de ellas alcanzarán la gloria. Una gloria sin embargo que, para todos esos hombres heroicos, su propio país no supo valorar ni honrar entonces como otros países sí hicieran con los suyos. Sea este ahora un pequeño y merecido homenaje a todos aquellos héroes sacrificados.

(Imagen del cuadro Carga del Regimiento Alcántara, del pintor actual Augusto Ferrer-Dalmau (Barcelona, 1964); Fotografía de la oficialidad del Regimiento Alcántara nº 14, el cuarto por la izquierda es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, Marruecos, 1921; Fotografía del General Fernández Silvestre en primer plano, detrás de él, el general Navarro, Marruecos, 1921; Fotografía de los prisioneros rescatados, el segundo por la izquierda el general Navarro, el primero por la derecha el teniente coronel Pérez Ortiz, Marruecos, 1922; Fotografía de prensa de la época, cadáveres en Monte Arruit, 1921; Fotografía actual donde se aprecia parte de lo que hoy es Monte Arruit, Marruecos, Galería Alfaraz.)

Entonces el general la resuelve de plano diciendo en uno de sus altaneros arranques: «Yo asumo la responsabilidad de la operación y la de ordenar la evacuación de esas posiciones. De ello voy a dar cuenta al gobierno, y de todo respondo yo con mi persona y empleo, y acuérdense de esto el día de mañana.» Ante esta orden del mando, nada nos queda que añadir. Ya presiento el malísimo efecto que ella ha de causar a mis compañeros y subordinados, cuando nos advierte que debemos quedar juramentados para que nadie se entere de la retirada a Bentieb.

(Fragmento de la obra literaria escrita por el teniente coronel Pérez Ortiz, 18 meses de cautiverio, de Annual a Monte Arruit, crónica de un testigo.)

27 de junio de 2009

Un monasterio, una historia y un caballo: La Cartuja.



Mil años antes de Cristo los fenicios llevaron ya los primeros caballos a la ciudad de Jerez (España). Los griegos, años más tarde, alabaron sus cualidades y se impresionaron por la belleza de esos animales. En el siglo VIII, los árabes invaden la península ibérica y consiguen cruzar sus propios caballos árabes con esos caballos autóctonos jerezanos, creando así el caballo árabe español. Más tarde, el rey Alfonso X de Castilla y León (1221-1284) reconquistará Jerez en el año 1264, expulsando a los musulmanes de la ciudad. Se establece entonces en la ciudad de Jerez reconquistada el Monasterio de Nuestra Señora de la Defensión, perteneciente a la monacal orden Cartujana (fundada en el año 1084 por San Bruno en Italia).

En el año 1475 se decide trasladar el monasterio a orillas del río Guadalete, a las afueras de Jerez. Un tristemente famoso río por la derrota infringida al rey visigodo Rodrigo, provocada en el año 711 d.C. por las huestes árabes, dando lugar así a la  fatídica invasión islámica de España y su permanencia en la península por casi ocho siglos. También fue escenario ese río de otra famosa batalla, ésta llevada a cabo en el año 1368 contra los musulmanes, pero esta vez resuelta favorablemente para España..., con la intercesión, al parecer, de Nuestra Señora de la Defensión, a la cual se acabaría por erigir una ermita en ese mismo lugar. Y es ahí, en esa pequeña ermita románica, donde se instalaría definitivamente el Monasterio Cartujo a finales del siglo XV. Pero ahora con un estilo renacentista, clasicista y andaluz propio de la época. No se terminaría de construir el monasterio totalmente sino hasta el siglo XVII, siendo entonces renovado -en el año 1667- en un claro estilo barroco, más adecuado al gusto del momento y de la época. Cuando el monasterio cartujano estuvo en su máximo esplendor, en pleno siglo XVI, los monjes cartujos realizaron un decisivo cruce de caballos para la historia: el ejemplar hispano-árabe con otro de origen alemán. El resultado dio origen a lo que hoy conocemos como el extraordinario caballo cartujano.

El caballo andaluz actual, propiamente dicho, es un caballo ibérico de tipo barroco, es decir, es robusto pero ágil y descendiente de aquellos caballos de combate de la edad media y las guerras de reconquista. Se caracteriza por tener grandes los cuartos (patas) traseros, por disponer de un cuello musculoso y arqueado y por tener un perfil recto o ligeramente convexo , así como por mostrar unas crines y una cola abundantes. Son caballos apropiados para la alta doma o doma clásica, y se encuentran entre las razas equinas más antiguas del mundo. En España, el caballo andaluz se conoce también como caballo español y su denominación oficial es Pura Raza Español (PRE). Y esto es así porque se considera que el caballo andaluz es el caballo español por antonomasia. Existen muchas otras razas de caballos españoles, sin embargo, en la mayoría de los países se les conoce por caballo andaluz. Una de las líneas de cría más importante de esta raza es el llamado caballo Cartujano.

En el año 1810 los franceses de Napoleón invaden también el sur de España, y los monjes se ven obligados a abandonar el monasterio jerezano y trasladarse a Cádiz. Tres años después, al regresar los monjes a su monasterio, lo encuentran todo saqueado y desolado. En el año 1821, las Cortes españolas del bienio liberal (1821-1822) ordenarían la supresión de todos los conventos en España, y, aunque la reacción del año 1823 contra el liberalismo derogaría dicha orden, es definitivamente en el año 1835 cuando son expulsados los cartujos de sus tierras, gracias a la desamortización de los gobiernos liberales de la época, que obligaba a la expropiación de conventos e iglesias en toda España. El monasterio pasaría entonces a ser cárcel, y se declararía posteriormente monumento nacional en el año 1856. Hasta el año 1948 no fue devuelto el monasterio a sus antiguos propietarios, los monjes cartujanos. Hoy en día el gobierno español tiene la responsabilidad de mantener la raza y de mejorar este patrimonio equino genético único: los caballos Cartujanos.