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23 de enero de 2012

Apreciar la grandeza de lo azaroso o de lo marchitable, ahí radica lo bello y lo bueno.



El poeta latino Horacio ya lo había dejado escrito: La breve duración de la vida nos impide albergar una larga esperanza. Entonces, ¿para qué lo excelso de las cosas, de las grandes cosas permanentes de la vida, como puedan serlo la Belleza, la Bondad o el Arte? Si todo es breve, si todo se deteriora, se va pronto o se marchita, ¿cómo admirar tanto ahora la consagrada vida efímera? Y, sobre todo, ¿cómo podremos ensalzar esas tres grandes cosas sin dudar? Cosas que, al ser conceptos tan abstractos, no serán siquiera como la propia, real y breve vida conocida. Pues, primeramente porque la Belleza, la Bondad y la grandiosidad representada que es el Arte, son parte de la propia y contingente vida, son ella misma también. Seguidamente porque al admirar el Arte no haremos más que admirar la vida, sus virtudes y todo lo demás que tiene. Porque la Belleza no se encuentra en la obra en sí, se encuentra siempre en los ojos efímeros del que, mirándola, acabará así por justificarla. No hay nada que perdure, ni la belleza ni la vida, pero eso no significa que no sean valores extraordinarios. Ambas cosas lo son porque ambas cosas son valores en sí mismos. 

Un pintor español del Modernismo, Federico Beltrán-Masses (1885-1949), llegaría a admirar tanto el exotismo idealizado de lo estético que alcanzaría a transformar completamente en su obra Salomé la imagen pérfida de la famosa bailarina. Porque el pintor la representaría afligida, dolorida y extenuada al ver, después de haberlo querido ella así, la cabeza degollada del Bautista. Y no evitaría el creador expresar en su obra además toda la sensual belleza de su cuerpo, incluso la acentúa aún más mostrando un pubis casi adolescente de tan virginal... El descubierto vientre impúdico de esa Salomé indignaría por entonces -año 1929- a un recatado público londinense en una de las exposiciones que realizara el pintor en Inglaterra. Pero lo que el autor nos muestra aquí verdaderamente es la imagen de una Salomé muy diferente a la bíblica: absolutamente acongojada y aturdida, del todo ahora arrepentida.

Porque en la historia del Arte se había encumbrado la estereotipada imagen pérfida de la bailarina bíblica. Ésta siempre representada como una mujer cruel, hermosa, pero sagaz, desalmada y muy vengativa. Y el pintor español Beltrán-Masses consigue cambiar aquí todo eso, aunque para ello se enfrentara -sin quererlo él así- a una indecorosa, impúdica y obscena imagen. Catorce años después elaboraría otra obra de Arte sobre la misma legendaria Salomé, pero, para ese momento, modificaría completamente la imagen de ella llevando ahora a su conocido personaje bíblico a la más deslumbrante e inalcanzable belleza a la vez que a un magnífico desdén, quizá el mejor desdén nunca antes más espléndidamente retratado jamás. Sin embargo, ni una ni otra imagen eran nada más que una maravillosa representación artística, donde ahora la Belleza y sus virtudes quedarían reflejadas en un cuadro. Pero no eran ni la Belleza ni la Perfidia: tan sólo eran Arte. Porque la vida -y el Arte- nos enseñará que lo admirable de la vida está en ella misma, en la misma vida contingente y efímera. Por eso la Belleza es tan admirable: porque sólo durará un momento, porque no es eterna. Y el Arte viene a paralizarla ahora artificialmente, es decir, que nos recordará el Arte siempre su evanescencia. Porque la vida y su belleza no son en sí un valor eterno, ni permanente ni sobrenatural, pero existen sin embargo siempre así para nosotros.

Desde muy antiguo los fabulistas dejaron clara la humana estupidez de valorar en abstracto las cosas de la vida, es decir, de imaginar con ellas un excesivo ideal de algo que, en esencia, no lo tiene. El griego fabulista Esopo lo contaría en su famoso cuento de La lechera: Entonces la lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no (porque ella no deseaba, con el dinero que obtuviese de la venta de la leche, obsequiar a nadie), y, de tanto mover la cabeza, la leche se le cayó al suelo..., y la tierra se teñiría de blanco. De ese modo, la lechera se quedaría sin nada, sin las cosas que soñara y sin la leche que la incitó a soñar. Padeceremos la triste manía de sentirnos disconformes con las cosas que tenemos; unas cosas que, por otro lado, a otros muchos les bastaría. ¿Qué nos lleva a esa insatisfacción? Posiblemente la absurda ideación de que existen otras cosas más deseables o requeribles, y situadas ahora por encima de lo que simplemente es vivir, por encima de la propia y valiosa vida que tenemos. Una vida que, a veces, nos obligarán a vivirla desde la infancia de una determinada e insufrible manera, casi siempre ajena a nosotros, tan insensata como maldiciente. Además de la decidida y equivocada intención de pensar y pensar que tienen que existir unos valores que, al perderlos o al no obtenerlos siquiera, estaremos dejando de vivir una vida excelsa o admirable.

Creemos que en la permanencia de las cosas consiste lo grande o lo virtuoso de la vida, pero no es así. La evanescencia de lo sublime hace precisamente a lo sublime lo que es, y no al revés. Es decir, lo sublime, para serlo, deberá ser efímero. El Arte está entonces para recordarnos aquella máxima horaciana del principio. Como también lo estará esa sentencia que un decadente y sensible poeta romántico inglés, Ernest Dowson, dejara escrita en sus versos decadentes hace ya más de cien años casi: Largos no son los días de vino y rosas. De un nebuloso sueño, nuestro camino resplandece un instante para, luego, perderse en otro sueño...

(Óleo Salomé, 1932, del pintor español Federico Beltrán-Masses, Museo Art Decó, Salamanca; Cuadro del pintor español Guillermo Pérez Villalta, El instante preciso, 1991; Obra del pintor austríaco Peter Fendi, La lechera, 1830; Cuadro La favorita del Emir, 1879, del pintor francés Jean-Joseph Benjamin Constant; Óleo de Federico Beltrán-Masses, Salomé, 1918; Cuadro Salomé, 1512 del pintor italiano del renacimiento Cesare da Sesto.)

18 de junio de 2011

Los ocultos senderos de la mente o la necesidad a veces de enajenar el juicio...



En los años oscuros del medievo surgieron, sin embargo, algunos hombres lúcidos y muy destacados. Uno de ellos fue el caso del filósofo italiano Tomás de Aquino (1224-1274). Entre sus muchos escritos señalaría con respecto a la estupidez humana lo siguiente: Se trata de una percepción de la realidad. Es como en las cosas del sabor. Para discernir un sabor de otro preguntamos a quienes tienen un paladar sensible. Lo que de hecho es amargo o dulce parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición del gusto, pero no para aquellos que tienen el gusto deformado. A los que en ocasiones padecen de fiebres se les corrompe el gusto y no encuentran entonces dulces las cosas que en verdad lo son. Una de las cosas que el filósofo Tomás de Aquino destacara fue la especial característica del estulto, es decir, del necio o estúpido: Esta consiste en ignorar la conexión existente entre los medios y los fines. Debemos distinguir entre la estupidez especulativa de la práctica; ésta última es peor. Es decir, no debemos confundir inteligencia -propiamente dicha- con resultados: hay personas limitadas en su inteligencia que saben actuar muy bien; sin embargo, las hay muy inteligentes que son verdaderamente estúpidas en actuar. Es por lo que debe así existir otro componente que añadir al entendimiento, ¿pero, cuál?: la sensibilidad. Continúa diciéndonos Tomás de Aquino: Otra de las características de la estulticia es la falta de sensibilidad. Para esto el filósofo medieval distingue entre estúpido (estulto) y fatuo (sin razón). Continúa Aquino: La fatuidad es la total carencia de juicio. El estulto, a diferencia, tiene juicio, pero lo tiene embotado (que es muchísimo peor). Es por ello que la estulticia es contraria a la sensibilidad, que proviene de la sabiduría, palabra que procede a su vez de saber, de sabor Así como el gusto discierne y distingue los sabores, la sabiduría distingue las cosas y sus causas. A lo obtuso, por tanto, se opone la sutileza, la perspicacia o la sensibilidad.

El Art Nouveau surgió a finales del siglo XIX como un revulsivo estilo contra todo lo establecido como Arte por entonces. Fue también conocido como Modernismo. Ya se había iniciado antes una tendencia general para romper fronteras o para ir más allá en los conceptos artísticos. A ello contribuyó por ejemplo los escritos del crítico de arte inglés John Ruskin (1819-1900). Aunque este crítico se rebelaría contra el entumecimiento estético y los efectos perniciosos de la Revolución Industrial, formulando una teoría esencialmente espiritual y gótica (medieval), postularía, sin embargo, la democratización de la belleza... Así que con el Art Nouveau se trataría por entonces de que hasta los objetos más cotidianos llegaran a tener valor estético y fuesen accesibles a toda la población. Aunque, eso sí, sin llegar a utilizar las modernas técnicas de producción masiva. Este movimiento, totalmente revolucionario en el Arte, comprendería todas las manifestaciones artísticas, no sólo las Artes mayores sino también el mobiliario o los objetos propios del diseño decorativo. En la Viena del año 1897 se fundaría una tendencia artística modernista como sucediera en otros países europeos, pero aquí acabaría denominándose secesión vienesa. A diferencia de las otras la secesión vienesa culminaría en la historia a consecuencia de la rigidez política y social que entonces el Imperio Austro-Húngaro obligara a una burguesía ansiosa de poder e influencia. Esa burguesía liberal se centraría en la Literatura, en la Ciencia o en el Arte. De ese modo acabaría apoyando a los jóvenes creadores que propiciaban un movimiento lleno de rebeldía.

Cuando en la búsqueda de una elegancia diferente se incluyeran ahora rasgos de formalidad más severa, cuando además se traspasara esa sobriedad formal que caracterizaba al Modernismo, se llegaría a alcanzar poco más tarde lo que acabaría por denominarse Expresionismo. Y en esta nueva tendencia expresionista aparece el gran y original creador austríaco Egon Schiele (1890-1918). Con una personalidad absolutamente irreverente y escandalosa, se enfrentaría decidido a la inflexible y lastrante moralidad de su época. Por mantener una relación con su adolescente modelo acabaría brevemente encerrado en una prisión imperial. Las contradicciones de su obra y su vida llegaron a manifestarse hasta en su irónica forma de morir. Cuando en los inicios de la Primera Guerra mundial (1914-1918) todos los jóvenes austríacos fueran llamados a filas, el ya entonces afamado artista Egon Schiele fue excluido por pertenecer a tan especial élite intelectual. Pero, a pesar de ser salvado por el Arte, no pudo impedir que los efectos mortíferos de la contienda mundial acabaran con su vida en el año 1918. La gripe, llamada errónea y mediáticamente española, surgida y extendida gracias al movimiento de las tropas por Europa, consiguió malograr una de las carreras artísticas más prometedoras del siglo XX.

Y así es como, a veces, tendremos que enfrentarnos con la estupidez humana, esa actitud que se prodigará abundante por todos los lugares de la Tierra. Enfrentarse a la inteligente estupidez obligará a veces al uso del sarcasmo, de la ironía o hasta del cinismo... Pocos términos han podido llegar a ser tan confusos como este del cinismo, llevado por su ambivalencia, el mal uso, la costumbre equivocada o la estupidez. Cuando surgió este término en la Grecia de la antigüedad, cinismo hacía referencia a una escuela filosófica fundada por Antístenes en el siglo IV a.C. Posteriormente el racionalismo del siglo XVIII lo vistió de una definición antropológica diferente, al parecer necesaria. El cinismo moderno se entiende ahora como una disposición a no creer -descaradamente- en la sinceridad o en bondad humanas. Una actitud crítica despiadada, pero, ha de reconocerse, un buen principio a veces para empezar con algunos seres... estúpidos. Fue un gran humanista, Erasmo de Rotterdam (1466-1536), quien haría uso del elogio a la locura para enseñarnos cómo sería el mundo sin una mínima gota de locura inteligente. Nos dice el pensador holandés: La locura es sabiduría mundana, resignación, tolerancia. Prosigue el humanista diciendo: La sabiduría es a la locura como la razón a la pasión. Y en el mundo hay mucha más pasión que razón. Lo que mantiene al mundo en movimiento, la fuente de la vida, es la locura. Hay dos clases de locura. Una fomentada por la furia que se engendra en el infierno. Otra, muy distinta, que es pura, inocente e ingenua. La primera es pasión de la guerra, avaricia, sacrilegio. La otra es diferente y no corresponde nada más que a un cierto alegre extravío de la razón. La locura aporta felicidad y alegría al corazón, despreocupación y hermosura al alma, que oculta e ignora los problemas, penas y todo sufrimiento que ésta no sería capaz de soportar sin aquélla.

¿Podremos utilizar una cierta locura ahora sin desfallecer, es decir, sin caer injustamente en alguna trampa caótica auspiciada desde la estupidez inteligente? Este es el reto. En la creatividad artística se consiguió algo parecido con un Modernismo exacerbado y neoexpresionista. Algunas obras expresionistas fueron -lo son a veces hoy- censuradas por su atrevimiento artístico. Generalmente, hoy su extensa publicidad -se conocen las obras artísticas gracias a su amplia divulgación- hace totalmente ineficaz ir contra ellas. ¿Cómo permitiríamos hoy que no se expusieran? Pero, y en los demás casos, en los seres humanos, aquellos que no tengan nada que ver con el Arte. Por ejemplo, cuando los seres humanos ahora -sin publicidad, solos ante la estupidez maliciosa- nos enfrentemos solitarios a la inteligente estulticia..., ¿podremos evitar, sin desfallecer, la censura más despiadada, ofensiva y obtusa ante nosotros? Porque además ésta -la estupidez humana- no se mostrará ahora claramente descubierta, serena o frágil ante nosotros, no, ahora se enarbolará ella vanidosa detrás incluso de un rostro amable y seguro de sí mismo, pero del todo inflexible, tanjante y desmoralizador hacia los espíritus sensibles. Serán aquí, en estos casos humanos, donde el cinismo ahora adquiera su otra cara más conocida, la más vulgar, manipuladora, torticera y estúpida. Porque es ahora cuando la estupidez se vestirá de ese otro cinismo despiadado para ahuyentar a los espíritus honestos y sinceros. Espíritus que se atreverán, incluso, con disponer de una cierta locura salvadora, esa misma con la que se atrevan ahora a dirimir una creativa estrategia para neutralizar la estupidez cínica y acosadora. Pero aquí también puede existir un peligro. La mayoría de las veces no hay publicidad o no hay testigos, y así la creatividad de los seres que defienden honestamente su postura podrá volverse -como un afilado cuchillo por ambos filos- contra ellos mismos. Así, sin otra arma ni otra cosa ahora que su vida descubierta y vulnerable... frente a la insidiosa, oportunista y engañosa estupidez.

(Detalle del óleo Extracción de la piedra de la locura, 1480, del pintor holandés El Bosco; Cuadro del pintor barroco italiano Luca Giordano, siglo XVII, Filósofo Cínico; Imagen de la obra del pintor expresionista austríaco Egon Schiele, Moa, 1911; Obra Muchacha arrodillada sancando la falda por la cabeza, 1910, Egon Schiele; Autorretrato masturbándose, 1911, Egon Schiele; Óleo del pintor español del barroco Zurbarán, Apoteosis de Tomás de Aquino, 1631, Museo Bellas Artes de Sevilla; Cuadro Erasmo de Rotterdam, 1517, del pintor Quentin Massys; Cuadro La muerte y la muchacha, 1916, Egon Schiele; Cuadro Caricia de cardenal y monja, 1911, Egon Schiele; Cuadro Mujer sentada, 1917, Egon Schiele; Cuadro Resistiré tenazmente por el Arte y mis amores, 1912, Egon Schiele; Cuadro de Egon Schiele, Muchacha acostada con vestido oscuro, 1910; Fotografía del pintor expresionista Egon Schiele, 1915.)

27 de agosto de 2010

Un parecido físico, una mujer extraordinaria y un noble español.



En el verano del año 1934 contrajeron matrimonio en la ciudad de Palma de Mallorca la norteamericana Natacha Rambova y el aristócrata español Álvaro de Urzaiz y Silva. Winifred Shaughnessy, verdadero nombre de Rambova, había sido la segunda esposa del entonces desaparecido y mítico actor Rodolfo Valentino. Nacida en el estado americano de Utah en 1897, Natacha Rambova cambiaría su verdadero nombre al conocer en Nueva York al famoso bailarín y actor ruso Theodore Kosloff, con el cual comenzaría una tormentosa relación -a sus diecisiete años- para finalmente participar en su compañía de Ballet Ruso itinerante. Más tarde fue contratada por la productora de cine MGM en Los Ángeles y conocería a la actriz Alla Nazimova (1879-1945), con quien, al parecer, llegaría a mantener sus primeros flirteos bisexuales. Esa relación impulsaría su carrera de diseñadora artística, lo que supuso para Natacha Rambova un mayor acercamiento al incipiente y fascinante mundo del cine. Conocería en el año 1921 al actor Rodolfo Valentino y acabaría colaborando en el decorado Art-decó de una de sus películas, Camille, una versión moderna de La Dama de las Camelias del escritor Alejandro Dumas hijo. Natacha Rambova fue una apasionada del estilo Art Decó europeo que acabaría por introducir en casi todos sus trabajos de diseñadora, como lo hiciera en aquella película protagonizada por Valentino. Con la actriz Nazimova participaría en la película Salomé (1923) diseñando la escenografía y realizando hasta el guión cinematográfico, para lo cual utilizaría el pseudónimo de Peter M. Winters. Acabaría casándose con Valentino en el año 1922, pero influiría tanto en la carrera del famoso galán que las productoras acabaron obligándole a él a no poder decidir nada sobre su trabajo. Esta eventualidad artística, además de las desavenencias de la pareja, motivarían la separación de ambos a principios del año 1926, meses antes del fallecimiento de Valentino. 

Tiempo después Natacha Rambova se marcharía a Nueva York para dedicarse a la alta moda abriendo en 1927 una tienda en la Quinta Avenida. Por aquellos años empezaría su curiosa afición a lo esotérico, al misticismo y la astrología. En el año 1934 se transladaría a Europa donde conocería al aristócrata y oficial de la Marina española Álvaro de Urzaiz y Silva, de gran parecido al actor Rodolfo Valentino y ocho años menor que ella. Urzaiz se enamora muy pronto de la extraordinaria belleza y personalidad de Natacha. Se acaban casando en la catedral mallorquina y vivieron en la isla balear durante algunos años, donde se dedicarían a decorar y transformar grandes residencias lujosas que ofrecían luego a la alta sociedad de entonces. Al comienzo de la guerra civil española Rambova, que se identificaba con las ideas conservadoras de su esposo, tuvo una especial actuación que demostraba su especial talante personal. El anterior gobernador civil republicano de la isla, Antonio Espina, cuya esposa era amiga de Natacha, había sido cesado y detenido en el verano del año 1936. Como muchos otros detenidos políticos podía acabar siendo ejecutado o fusilado sumariamente, así que la esposa del ex-gobernador, una católica devota, buscaría con sus hijos refugio y protección en el obispo de Palma de Mallorca. Sin embargo éste le negaría el asilo y auxilio que la señora Espina le solicitara desesperada. Natacha Rambova se presenta entonces un día, muy decidida, ante el obispo durante un oficio religioso en la catedral de Palma, y, delante de todos, le acabaría preguntando, muy alterada, a la cara: ¿cuándo piensa usted detener esta matanza?

Poco tiempo después se iría alejando de Álvaro de Urzaiz, el cual había sido además obligado a participar en algunas misiones militares españolas por Europa. En el año 1939 Natacha, finalmente, huiría a Francia por la frontera pirenaica abandonando a su noble esposo español. Álvaro de Urzaiz y Silva era el segundo hijo de la condesa del Puerto, doña María de Silva y Carvajal-Vargas (1874-1962), la cual descendía del aristócrata y criollo americano don Fermín de Carvajal y Vargas (1722-1796). Este español fue descendiente del que fuera nombrado en el año 1514 primer Correo Mayor de Indias por el rey Fernando V de España, don Lorenzo Galíndez de Carvajal (1472-1527). Dispusieron sus descendientes de la concesión exclusiva del tráfico de cartas y documentos enviados entre España y sus posesiones americanas durante casi 255 años. Esta exclusiva del correo de Indias fue disuelta definitivamente en el año 1768 por el rey español Carlos III, por lo cual el último Correo Mayor de Indias fue don Fermín de Carvajal y Vargas, también conde del Puerto y además Grande de España, el único criollo americano (español nacido en las Indias) que lo fuera. Álvaro de Urzaiz participaría en comisiones navales a Alemania durante los años 1941 y 1942 enviadas por el Estado Mayor de la Armada. Solicitaría a principios de los años cuarenta a Natacha la anulación religiosa de su matrimonio (cuando se casan en 1934 sí había divorcio en España pero luego, en 1940, dejaría de haberlo), algo que ella, sin embargo, no le ofrecería hasta bastante tiempo después. Álvaro de Urzaiz comandaría durante el verano del año 1948 el buque-escuela de la Armada española Juan Sebastián Elcano en su duodécimo crucero alrededor del mundo. Se volvería a casar con una joven aristócrata española en el año 1956, años después de que Natacha accediese por fin a la anulación matrimonial. Fallecería en Madrid cinco años después víctima de un cáncer terrible. Natacha Rambova regresaría a los Estados Unidos y le sobreviviría hasta el año 1966, dedicándose entonces a otras de sus pasiones: la egiptología y el simbolismo. Al final de su azarosa vida, cuando su grave enfermedad anoréxica no la dejase vivir, entonces su corazón, tan latido, vibrante y apasionado por la vida, la acabaría traicionando definitivamente.

(Imagen fotográfica de Natacha Rambova, 1921; Fotografía del matrimonio Valentino-Rambova, 1923; La actriz Alla Nazimova en un fotograma de la película Salomé, donde la interpretaba cuando tenía 44 años ya; Fotografía de Natacha Rambova en 1931, embarcada rumbo a Europa; Fotografía del capitán de fragata Álvaro de Urzaiz, en la comisión Urzaiz de 1942; Fotografía de la flota de lanzatorpederos LT alemanes, traídos a España por Álvaro de Urzaiz en 1942; Fotografía del buque-escuela español Juan Sebastián Elcano, del cual fue comandante Álvaro de Urzaiz en la travesía de 1948; Pintura de su antepasado y Correo Mayor de Indias, Fermín Francisco de Carvajal y Vargas, Museo Histórico Nacional de Chile, Santiago de Chile.)

5 de agosto de 2010

Un triunfo de mujer, una ambición de cine, un fracaso y una novela inacabada.



En el año 1917 Florenz Ziegfeld, empresario y promotor de Broadway, propuso a Alfred Cheney-Johnson que fuese el fotógrafo oficial de sus jóvenes actrices en el famoso espectáculo de Ziegfeld Follies. Esta famosa revista musical había funcionado ininterrumpidamente y con éxito desde el año 1907 hasta el año 1931, cuando ahora el señor Ziegfeld no pudo ya superar la ruina a que le llevaría el desastre financiero del año 1929. Esos espectáculos de revista picantes fueron inspirados por el Folies Bergère parisiense y combinaban audazmente desnudo, comedia y espectáculo musical. Después de que la compañía teatral -dirigida por su esposo- acabase derrumbándose en el año 1918, la bella y atractiva actriz de teatro Edith Shearer quiso que su hija Norma consiguiese triunfar en el mundo del espectáculo como fuese. Aconsejada por familiares la lleva a Nueva York al Ziegfeld Follies, a pesar de saber ella que su hija no tendría ni su belleza ni su atractivo. Y es que Norma, según su madre, tenía una figura rechoncha, unas piernas robustas y una mirada cruzada por culpa de su ojo derecho un poco estrábico.

Así fue como Norma Shearer (1902-1983) acabaría siendo fotografiada por Cheney-Johnson con sólo dieciséis años para el famoso Ziegfeld Follies de Nueva York, aunque, finalmente, no consiguiese ella ser contratada por el exigente empresario Florenz Ziegfeld. Dos años después le ofrecen ser extra en una comedia dirigida por Alan Crosland, aunque tuvo ella luego que sobrevivir gracias a trabajos de modelo en Nueva York. Para el año 1923 el productor de comedias neoyorquino Hal Roach la descubre y le propone una oferta para trabajar en Los Ángeles en la MGM. Irving Thalberg (1899-1936) empezaría a trabajar en el año 1919 como ejecutivo de los estudios de cine Universal en Nueva York, propiedad de su tio Carl. Pronto marcha a Los Ángeles y, con una ambición desmedida, sería contratado por el audaz y próspero productor Louis B. Meyer. Llegará a ser vicepresidente y jefe de producción de la MGM con apenas veinticinco años de edad. Así fue como se conocieron Norma e Irving, gracias a la determinación de ella por triunfar y la fascinación que ella causaría en el impasible Thalberg. Acabaron casándose en el año 1927 y, tiempo después, terminaron consagrando él una brillante carrera y ella una aceptable y prolífica filmografía. 

Pero la delicada salud de Irving acabaría por destruirlo todo en el año 1936, cuando un catarro demasiado fuerte derivaría en neumonía y pronto en fallecimiento. Entonces Norma Shearer no pudo más que proseguir con los contratos que aún tenía que cumplir. Convencida ya de que no podría competir con las más que geniales e impresionantes bellezas que empezaban a brillar en Hollywood, acabaría en el año 1942 abandonando la actuación para siempre y uniéndose a un hombre mucho más joven que ella. Con él mantuvo hasta el final de su vida una existencia retirada, enferma, gris y melancólica. El escritor Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), aquel joven que triunfara en los años veinte con sus novelas El gran Gatsby y A este lado del paraíso, empezaría a escribir en el año 1935 su última novela, El último magnate, la cual no pudo terminar antes de fallecer en 1940, completamente olvidado, alcoholizado y arruinado en el despiadado Hollywood, tratando de sobrevivir con guiones de bajo presupuesto que a veces le ofrecían. La novela tuvo que ser finalizada y publicada por su amigo Elmund Wilson en el año 1941. En ella narraba la vida de un ejecutivo productor de Hollywood despiadado, frío, ambicioso y genial. Estas son dos historias de dos vidas cruzadas, paralelas o parecidas, y significadas ambas por el éxito y por el fracaso. También por el brillo efímero de unas luminarias que una vez les deslumbraron y que, poco más tarde, acabarían desdibujadas para siempre.

(Imagen de estudio de la actriz Norma Shearer, 1930; Fotografía de Norma Shearer, 1918; Cartel del espectáculo del Ziegfeld Follies en 1917; Imágenes fotográficas de desnudos de Norma Shearer en 1918, del fotógrafo Alfred Cheney-Johnson;  Fotografía de estudio de Norma Shearer, 1931; Cartel de la película Vidas íntimas, de 1931, protagonizada por Norma Shearer; Fotografía de Irving Thalberg y Norma Shearer, 1933; Fotografía del escritor Francis Scott Fitzgerald, 1928.)

19 de junio de 2010

Una pintora extravagante, un poeta decadentista y una época creativa única.



El escritor, político y aventurero italiano Gabriele D'Annunzio (1863-1938) fue un excéntrico y original intelectual de principios del siglo XX. Según una leyenda que se contaba en los círculos de la pintora Tamara de Lempicka (1898-1980), en el año 1926 el poeta italiano invitaría a su mansión del lago Garda a la extravagante pintora para que le hiciese un retrato. El escritor, que se había separado de su esposa en el año 1891 y de su amante en 1910, tenía fama de un aventurero incorregible. Según esa leyenda D'Annunzio tenía intenciones no confesables con la joven pintora cuando la invitó a su mansión. Sin embargo ella contaría años después, convencida: Nunca tuve relaciones íntimas con él, mi estancia en la suntuosa mansión del Lago Garda fue muy corta. Le dije que no quería coger una sífilis o gonorrea, pues él era muy promiscuo. Puse la condición de que me enviase un certificado médico para acceder a su invitación. En el camino a Italia me hospedé en una pequeña población antes de llegar al lago. Cuando pedí el desayuno a la mañana siguiente me lo trajo un camarero de unos veinte años, guapo como sólo pueden serlo los italianos, y, con ese joven, ¡claro que hubo algo!, pero con Gabriele nada en absoluto. Gabriele D'Annunzio había participado en la Primera Guerra Mundial como un gran héroe italiano. Sus ideas políticas estaban llenas de un patriotismo exacerbado y de una visión profética o providencial de la sociedad.

Estas ideas se basaban en los principios corporativos, teorías que posteriormente se hicieron realidad en el fascismo italiano. Consiguió Gabriele D'Annunzio incluso llegar a conquistar una ciudad en la Croacia de finales de la guerra europea, donde trataría de plasmar sus idílicas ideas sociales y políticas. Frustrado el proyecto innovador se refugiaría en la Literatura, donde conseguiría algunos éxitos en el estilo decadentista propio de principios del siglo XX. El extravagante escritor italiano acabaría sus días en su tranquila mansión transalpina del lago Garda. Tamara de Lempicka, que fue una promotora del estilo Art Decó en la pintura del siglo XX, continuaría su vida en México donde crearía y viviría en la paradisíaca e idílica ciudad de Cuernavaca. Hasta el final de su vida mantuvo siempre una especial extravagancia con todas sus maneras de vivir y crear.  Por ejemplo, dejó en su testamento escrito que deseaba que sus cenizas fuesen llevadas en helicóptero y luego aventadas en lo alto de uno de los cráteres más grandiosos de México, justo en el centro del enorme y activo volcán Popocatépetl!


Versos (fragmentos) del poeta italiano Gabriele D'Annunzio:

Han existido mujeres tan leves
que una sola palabra, una sola,
las convirtió en esclavas. Y existieron otras
de manos rojizas, que al tocar una frente
suavemente disiparon ideas terribles.

Mujeres pálidas, marchitas, desvastadas,
ardidas en el fuego amoroso,
hasta en lo más profundo de sí mismas
consumido el rostro ardiente,
con la nariz agitada en el impulso
de inquietas aletas, con los labios abiertos
como yendo hacia las palabras pronunciadas;

con los párpados lívidos
como las corolas de las violetas.
Y todavía han existido otras,
y, maravillosamente, yo las he conocido.


(Imágenes de algunos cuadros de la pintora Tamara de Lempicka, Art Decó, siglo XX; Fotografía de Tamara de Lempicka; Fotografía de Gabriele D'Annunzio.)