27 de octubre de 2016

La belleza trasmutada desde cualquier sentido ajeno al Barroco y su fascinación universal.



Fue el Barroco probablemente el periodo artístico más excelente de la historia. Después de ver, admirar y describir obras de Arte de todos los momentos o tendencias llego a la conclusión de que el mejor periodo para comprender el sentido más universal, humano y artístico del Arte es el Barroco. El mejor, pero no el único. El mejor porque comprendió pronto y hábilmente que el Arte es intemporal e irreal, un contraste inacabado de belleza a la vez que de sorpresa y colores vibrantes o desasosegados. ¿Dónde hay más color en el Arte sino en el Barroco? Pero, sin embargo, el Naturalismo -mostrar las cosas de la naturaleza, los cuerpos, las tonalidades, el cielo, todo, como son en verdad a nuestros ojos sensitivos- fue también una de las características fundamentales del Barroco. Qué contradicción: tanto la realidad como la irrealidad de la vida. Porque las cosas humanas, sus gestos o actitudes peculiares mostradas en lienzos barrocos, lo inverosímil de las situaciones descritas en ellos, no tendría nada que ver con la realidad de cómo son las cosas realmente en el mundo. Por ejemplo, en el extraordinario cuadro del pintor flamenco Jacob Jordaens (1593-1678), el personaje de Magdalena -la mujer de espaldas- no podía disponer de un peinado o de una diadema como la que muestra la obra para su tiempo evangélico -el siglo I-, esos mismos accesorios y joyas que el pintor compone ahora propias del siglo XVII. Pero, es que al Barroco no le interesaba la realidad ni el origen real de algunos objetos reflejados en sus obras. Sin embargo, en esta obra de Jordaens sí disponen otros personajes una vestimenta acorde con la época representada. En su obra La Piedad el pintor destacará claramente al personaje de Magdalena por su belleza, pero tanto la belleza que se ve como la que no se ve. Es evidente que el pintor pudo trasmutar (alterar o transformar) el sentido estético de este personaje porque la simbología de Magdalena era la de una cortesana -mujer mundana y muy diferente de las otras mujeres seguidoras de Jesús-, y las cortesanas en el siglo XVII eran así: elegantes, bellas, sofisticadas, escotadas y muy derechas -no inclinadas o humildes-, mujeres decididas y convencidas de su distinción personal -que no social- frente a las demás mujeres virtuosas o recatadas.

Pero por entonces -en el siglo XVII- no se valoraría más que la propia devoción religiosa del cuadro. Por eso la obra pudo ser comprada por una congregación católica española, Los Carmelitas Calzados, y mostrada así sin problemas teologales en su convento sevillano. La obra de Jordaens es una pintura magnífica y muy elogiosa por su acabado y su composición. La posición de Cristo, por ejemplo, es más original que la de cualquier otra Piedad creada por el Arte, como por ejemplo lo es la escultura famosa de Miguel Ángel con el mismo nombre -obra que influiría en el pintor flamenco-. Y lo es porque el escorzo de la figura del cadáver de Jesús es de una genialidad artística extraordinaria: las piernas no tienen ahora  la longitud que correspondería a la dimensión normal del cuerpo humano real, lo que representa la expresión de un escorzo en la estética artística. Pero es que eso debe ser así para los ojos que vean la perspectiva sedente e inclinada de un cuerpo. Es extraordinaria en el lienzo barroco esta virtualidad postural que se permite hacer el pintor hábilmente. Luego está la composición, tan compleja para poder incluir seis personajes alrededor del cuerpo fenecido de Cristo. Pero hay más cosas. Hay figuras que están ahí porque deben estar en una escena sagrada como esa: la Virgen María, María Salomé y el apóstol Juan con su túnica roja. Pero, y el resto de los personajes, ¿quiénes son? José de Arimatea y Nicodemo son los otros personajes retratados en la obra. No son tan habituales para la representación de una Piedad, que no siempre incluye a estos dos seres secundarios. Porque Arimatea y Nicodemo son judíos convertidos tardíamente al cristianismo, y lo hicieron más por bondad que por verdadera fe. Se presentaría entonces al pintor la necesidad compositiva frente a lo esencial de una Piedad tan sagrada.

¿Qué otros personajes, sagrados o no, se podrían haber colocado al otro lado del apóstol Juan para equilibrar así la obra? ¿No habría otros personajes más sagrados? Estos dos personajes secundarios -seres ambivalentes- fueron también utilizados por Miguel Ángel en su famosa escultura la Pietá de Florencia. Los utilizaría para reflejar una disidencia con la dogmática y convencional recreación de los personajes sagrados de siempre. Jordaens fue un pintor flamenco de la católica Amberes que al final de su vida se hizo protestante. Incluso escribió textos heréticos en el año 1658 que le costaron una multa eclesial. Aquí, en su obra La Piedad, José de Arimatea aparece triste y apoyado en la escalera con la que se acaba de bajar el cuerpo moribundo de Cristo. Su gesto parece el de un hombre pensativo o dubitativo que medita sosegado y reflexiona el sentido misterioso de lo que ahora está presenciando. La obra de Arte se trasladaría a Sevilla a finales del siglo XVII y fue expuesta en el convento carmelita, para, al siglo siguiente, depositarla en la iglesia de San Alberto, un templo anexo a este convento. Y en ese lugar estuvo la obra de Arte hasta el año 1981, cuando por entonces el Estado español adquiere el lienzo de Jordaens para depositarlo en el Museo Nacional del Prado. En todos esos años fue admirado el cuadro por ojos piadosos que, con toda seguridad, no pudieron advertir el sentido tan maravillosamente irreverente (casi herético) de la extraordinaria obra maestra del Barroco. Pero es que así fue el Barroco, una época artística que permitía maniobras de sutileza y fascinación, de belleza y contenido diferentes, de sorpresa, de misterio, o de vibrantes muestras de mensajes humanos, paganos o divinos. Mensajes que siempre fueron implícitos, que nunca pudieron destacarse ni apreciarse claramente y que, ocultos tras la perfección elogiosa de una obra maestra, pudieron sobrevivir al paso del tiempo, a los prejuicios, a las tendencias, a las desidias humanas o a las arbitrarias categorías del mundo y sus cosas.

(Detalle del óleo barroco La Piedad, 1660, Jacob Jordaens, Museo del Prado; Óleo La Piedad, 1660, del pintor barroco Jacob Jordaens, Museo Nacional del Prado.)

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