2 de marzo de 2015

¡Cómo se cambió de crear!: se pasó de la sutileza del mensaje a la crudeza del mismo.



¿Qué llevaría al pintor del Renacimiento Antonio de Correggio (1489-1534) a componer una obra mostrando la educación de Cupido, el dios del Amor? Porque este relato legendario no existía en la mitología de la antigüedad europea, no se conocía ninguna leyenda, griega o romana, que contara que Venus -madre de Cupido y diosa de la Belleza-, por un lado, y Hermes -dios de la retórica y mensajero de los dioses-, por otro, se pusieran a educar a Cupido, el dios desaforado y furibundo de la unión amorosa entre los seres. Al parecer tampoco pintor alguno antes de Correggio se le ocurrió hacer nada parecido, aunque sí después de él. Entonces, ¿por qué lo hizo? Fue el Renacimiento. No me refiero a la tendencia pictórica solamente, no, me refiero a que en aquellos años renacentistas escritores, pensadores y filósofos neoplatónicos desarrollaron una nueva idea de las cosas del mundo, una idea basada en la mitología y sabiduría grecolatinas. No sólo se generaría entonces la más grande revolución en el Arte de pintar, sino que además se alcanzaría una forma muy diferente de entender el mundo y al hombre. Cuando Correggio fuese a la ciudad-estado italiana de Mantua en el año 1528 para servir como pintor al duque Federico II Gonzaga, le encargarían dos obras de desnudos humanos muy atrevidas por entonces. Pero fue el pintor italiano quien decidió componer a Venus y Hermes juntos, enseñando a Cupido las artes del amor. Una escena original por el hecho de pintarle ahora unas alas a Venus, algo inédito en la iconografía. Nunca se había descrito a la diosa de la Belleza con alas. Pero, aun así, con esos añadidos divinos, Venus está esplendorosa en la obra pictórica de Correggio.

Una aparición majestuosa y poderosa de la bella diosa Venus con su hermosa figura desnuda. Pero está ella ahí y no lo está, porque no está la diosa como siempre fuese compuesta. Solo está ahora representada la diosa Venus ahí para dejar claro que es ella la madre de Cupido, la responsable de las bendiciones amorosas de su mítico hijo -por eso está ella con alas, porque no es ahora una figura lujuriosa sino más sagrada-, unas bendiciones que luego Cupido podrá, o no, querer ofrecer a los atribulados mortales. Hermes es el dios griego de la elocuencia pero también de los mentirosos, y este dios se encuentra enseñando ahora  al pequeño dios del Amor las cosas que debe saber para acertar con sus providencias divinas. Y por entonces todo eso no era más que la representación de una transformación social producida en el Renacimiento: la de cambiar los amores incontrolados y mezquinos de antes por una ahora mucho mejor y más civilizada forma de amar. Un año antes de pintar su cuadro Correggio, el pintor flamenco Jan Gossaert (1478-1532) crearía su obra La Virgen con el Niño. Una escena ésta también de madre e hijo, pero, ahora, ¡tan distinta! ¿Tan distinta, verdaderamente? Fijémonos bien, hay en la obra de Gossaert un rasgo de cierto ensimismamiento en la imagen de la Virgen. Su mirada se parece a la de Venus de antes, es una mirada perdida, pero satisfecha. Incluso, en un alarde atrevido de belleza renacentista extraordinaria, el pintor dejaría aquí ver un pecho desnudo de la Virgen María. Pero, también, hay otras cosas. Antes le enseñaban a Cupido (Mitología) un cuaderno donde aprender las cosas que él debe saber; ahora, el Niño Jesús (Religión) pisa las hojas de un libro sagrado, el Antiguo Testamento. Este simbolismo del cuadro de Gossaert nos muestra la redención cristiana como motivo fundamental de la obra. Vemos en el cuadro una manzana en la mano del pequeño dios cristiano, salvando ahora con ella a la mujer caída, su propia madre, de las desdichadas rémoras de una Eva maldecida.  Pero es que antes, en la obra de Correggio, está también ese parecido milagro... Es otro parecido prodigio, en este caso mítico, no religioso, por el hecho de querer salvar ahora Eros -educándose correctamente- a todos los seres humanos de las veleidosas y atormentadas -o lujuriosas- historias de amor que su apasionada madre Venus fomentase y viviese antes.

Ambas obras renacentistas son un prodigio de belleza, armonía, sutileza y grandiosidad artísticas. Magníficas veladuras, perfectas formas, extraordinarios gestos, miradas y encuadres. Pero, sin embargo, todo esto se acabaría transformando luego absolutamente en la historia. Menos de cien años después, el pintor barroco Louis Finson (1580-1617) se atrevería a crear  una obra muy diferente, Alegoría de los cuatro Elementos. Ahora todos los elementos artísticos están desbocados o exaltados, transformados y descontrolados. Es sorprendente ver cómo por entonces, año 1611, se compuso una obra tan abrumadoramente original, tan moderna... Es evidente que en aquellos años, como en casi todas las épocas, se creaban algunas obras especiales para clientes privados, creaciones que nunca se mostrarían en público jamás. La obra es un ejemplo claro del naturalismo del Barroco, cuando el pintor Caravaggio había dejado claro que el Arte de pintar podía ser una cosa muy distinta... sin dejar de ser grandioso. Sin embargo, el pintor flamenco Finson también innovaría, como lo hiciera Correggio un siglo antes, ahora con su Alegoría de los Elementos. Estos elementos eran los conocidos elementos físicos de la Antigüedad griega: el Fuego, el Agua, la Tierra y el Aire. Todos se habían representado en la historia del Arte con rasgos masculinos. Fue Finson quien idearía hacer ahora otra cosa, alternar las figuras de hombres y mujeres, en su inédita alegoría artística excesivamente naturalista.

Y compuso Finson su obra barroca como un círculo aterrador, donde los cuatro elementos luchan entre ellos mismos como en la salvaje naturaleza. El Fuego está representado como un hombre joven, fuerte y rodeado de llamas -la imagen es de pésima calidad-, luchando ahora contra el Agua, representado en la obra por un hombre viejo aunque poderoso. El Aire es una mujer joven, situada más arriba, a la izquierda del cuadro, ahora tomando por los pelos al Fuego y provocando que extienda aún más sus efectos destructores. La Tierra es una mujer vieja atropellada por todos los demás. Decididamente fue muy original la obra barroca. Fue muy atrevido el pintor en su composición para unos años que, todavía, se perfumaban de una sensual, suave y equilibrada belleza en casi todo. Más de un siglo después, el pintor francés Francois Boucher (1703-1770), que pertenecía a la siguiente tendencia artística, llamada Rococó, crearía otra escena parecida de aquella versión renacentista de Correggio, La educación de Cupido. Pero, para cuando en el año 1747 se decide Boucher a pintarla, ya habían pasado todas las tendencias pictóricas más importantes de la historia del Arte: Renacimiento, Manierismo y Barroco. Entonces elige el pintor francés hacer un homenaje a todas ellas: al clasicismo renacentista de Correggio y de Gossaert, con los colores y la textura de su pincelada; al naturalismo barroco de Caravaggio, con los gestos verídicos de las formas de sus cuerpos. Pero ya no era lo elegante del mensaje lo que primaría entonces en el Arte,  ya no era la estilización de las figuras lo más importante. Entonces fue representada la realidad de un cambio social producido en Europa en ese siglo: el de una sociedad ilustrada que no trataría ya de educar a Eros -el dios Cupido- en el arte del amor. No, para nada, algo eso del amor ya muy superado. Ahora se educaría mejor en el arte de la vida, el de las ciencias o el de las cosas pragmáticas de la vida del hombre. Algo todo esto que ese siglo XVIII ilustrado -tan laico ahora, sin alas divinizadas que adorar- tendría muy pronto que empezar a afrontar con sus nuevas maneras sociales en su próxima historia revolucionaria...

(Óleo de Correggio, Educación de Eros, 1528, National Gallery, Londres; Cuadro La Virgen con el Niño, del pintor Jan Gossaert, 1527, Museo del Prado, Madrid; Lienzo del pintor Francois Boucher, La educación de Cupido, 1742, Palacio de Charlottenburg, Berlín; Óleo del pintor barroco Louis Finson, Alegoría de los cuatro Elementos, 1611, Colección Particular.)

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