29 de enero de 2012

El cansancio en la historia llevó siempre a los cambios, entre estos, a veces, brillaría el Arte.



Lo que más ha motivado los cambios culturales, lo que más ha promovido los gustos o las tendencias artísticas en la historia, no han sido las reflexiones sosegadas para comprender un avance en una evolución coherente o para descubrir de pronto que es mejor una cosa que la anterior. Lo que ha llevado al ser humano a dejar una práctica cultural -también a veces científica- y cambiarla por otra diferente ha sido el vulgar, despiadado y denostado cansancio. Forma el cansancio parte de nuestra naturaleza tanto física como mental. Queramos o no el cansancio ha sido una realidad cultural que hubiera requerido más atención que la que históricamente ha tenido. Los seres humanos llegan al convencimiento de que hay que cambiar no porque hasta ese momento no se supiera, que no hay cosa alguna que precise tanto en saberse, sino porque ya no pueden más soportar lo mismo una y otra vez. Ese fue el motor evolutivo en la Filosofía, por ejemplo. Lo que un pensador había consolidado como concepto por su grandeza y perfección, lo que la sociedad hubiera asimilado como valor cuando el vagar repetitivo de lo mismo alcanzase el nivel de saturación insoportable, el cansancio lo llevaría a cambiar luego para volver a ser otra cosa diferente.

Es cierto que las causas del cansancio pueden ser variadas y en grados diferentes de importancia, al igual que sucede en la vida de las personas. A veces, por ejemplo, nos llevará a cambiar una fuerte conmoción, ésta nos hace cambiar, por supuesto, pero el motivo profundo y verdadero es el cansancio, que en este radical caso ha sido agotado tan rápido como la demoledora causa que lo llevara a él. Pero, además, un cansancio puede a su vez llevar a otro y a otro... Y así no llegamos a saber, exactamente, cuál es el verdadero y último motivo que nos llevó a cambiar. Cuando el siglo XVII llevase a Europa a una de sus peores conflagraciones bélicas, la Guerra de los Treinta años (1618-1648), la sociedad del continente europeo quedaría tan absolutamente conmocionada que todo lo que fuese conflicto, dureza, incomprensión, dialéctica violenta o enfrentamiento fue luego, poco a poco, diluido y desdeñado por rechazable. De ese modo todo lo que se había llevado a entender antes como la posible causa de aquel espantoso sufrimiento, sería cambiada después y sublimada por otra en todos y cada uno de los aspectos de la vida del hombre: sociales, culturales, filosóficos, científicos, económicos, etc.

El pensamiento por entonces (finales del siglo XVII) pasaría a descubrir otras posibles formas de concebir la vida. El filósofo francés Rousseau fue uno de los primeros que se cansaría de casi todas las formas de vivir que la sociedad llevara hasta ese momento, principios del siglo XVIII. Para ello cambiaría la manera de pensar y de sentir, sobre todo esto último. Dio más importancia al sentimiento que a la fría y puritana razón. Comenzaría el filósofo francés a reivindicar, por ejemplo, el individualismo frente a los obsesivos y maltratadores sistemas sociales que habrían sacrificado las vidas de los seres humanos. Esto mismo se acabaría reflejando pronto en el Arte. Cansados por completo de tanta perfecta sombra y de tantos perfiles realistas que mostraban crudamente la vida y sus azares, los creadores artísticos no pudieron más que inventar el Rococó después del tan elaborado, pasional y cansino Barroco. Ahora se precisaba una sociedad más amable, menos complicada o más cariñosa. Todo eso llevaría luego, sin embargo, al advenimiento de la mayor revolución emocional del alma desgarrada, lo que fue el Romanticismo. Pero cuando Napoleón llega a finales del siglo XVIII arrasará con todo, con la calma y con el advenimiento romántico. Y entonces todo acabaría degenerando en una situación tan insostenible, desalmada y dolorida que se transmitiría ya la sensación de que algo, muy pronto, habría de cambiar.

Sólo algunos pintores habrían alcanzado a lograr con sus cambios destellos de brillantez en algunas de sus creaciones innovadoras. Es por esto que el cansancio no llevará a la excelencia de por sí, pero sí es causa de que ésta -la excelencia- sea descubierta a veces escondida entre los sutiles bosquejos de los cambios. No podemos eludir el cambio porque no podemos eludir el cansancio. Esto es parte de la realidad de lo que nos hace humanos y hasta de la propia Naturaleza incluso. Es la única simple cosa no analizada nunca en la historia y que ha pasado desapercibida. Que no se advierte siquiera cuando ahora, solemnemente, tratemos de comprender por qué todo cambió una vez... ¿Por qué se dejaría de hacer tal cosa o de pensar tal otra, o de llevar tal moda o de querer hacer ahora las cosas de otra forma diferente? ¿A qué, finalmente, nos llevará toda esta inercia de cambios en el Arte? A dos cosas quizás. O a evolucionar exageradamente hacia otras formas estéticas ignoradas por completo y que nos hagan ir aún más lejos de lo que fuimos, o a llegar a alguna forma de renacimiento como el que se produjo mil años después de haber fenecido el clasicismo antes en Grecia. Un Renacimiento donde no se repita lo mismo sino donde se alcance ahora un nuevo estético amanecer con la misma luz y la misma sombra. Pero ahora con otra cosa diferente, una con la que, desde las mismas raíces excelentes de lo anterior, configurar ya otra imagen más innovadora, más evolucionada o más sugerente. Pero también, y del mismo modo a como lo fuera entonces, igual de entusiasta, creativa y apasionante.

(Representaciones iconográficas de la diosa mitológica Flora a lo largo de la Historia del Arte: Óleo del pintor italiano del pleno Renacimiento, Francesco Melzi, Flora, 1521. Museo Hermitage, Rusia; Cuadro Flora, 1591, del pintor del Renacimiento manierista último, Giuseppe Arcimboldo, Francia; Óleo Flora, 1635, estilo Barroco, Rembrandt, National Gallery, Londres; Lienzo del Rococó, Rosalba Carriera, Flora, 1730, Galería de los Uffizi; Óleo Flora, del Neoclasicismo-Romanticismo de 1877, del pintor británico Alma-Tadema; Cuadro Flora, 1913, del pintor impresionista-expresionista alemán Lovis Corinth; Cuadro Flora, pintura contemporánea, Eugenio Ramos; Obra Flora, 1959, del pintor español Jesús de Perceval, Arte último-Figuración.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como muy bien explicas y nos haces ver con la evolución del arte en un mismo personaje, la transformación es obvia. El cansancio hace que los autores creen de una manera diferente, sorprendiéndonos.
En toda esa diversidad está la riqueza del arte.
Un abrazo.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Y no sólo los autores, sino todos; el cansancio es el motor oculto que nos mueve, a veces positivamente, otras no tanto. Pero, siempre...

Un abrazo.