25 de octubre de 2011

Una semblanza épica y romántica, un protagonismo femenino y una herencia europea.



A finales de la Edad Media, en pleno siglo XV, Europa comenzaría a consolidar, con sus luchas nobiliarias, algunos estados que la configurarían en su historia y que serían el germen de otros nuevos estados que, luego, se conformarían en los siglos venideros. Esas impenitentes luchas europeas, salvo en algunos pocos momentos de la historia, no cesarían en los siguientes casi cinco siglos sin embargo, lo que las convirtió en una de las historias más dramáticas y violentas que la humanidad haya tenido en su historia. Este debe ser ahora, quizás, el precio que esté pagando el sangrado continente europeo por sus antiguos pecados de juventud. Burgundia fue uno de los antiguos pueblos germanos que -situado al sureste de la Francia de finales del imperio romano- acabaría convirtiéndose en todo un gran ducado europeo -el ducado de Borgoña- hacia finales del siglo IX. Su feudo se mantuvo independiente gracias a la corona francesa, la cual prefirió disponer de un ducado rico y poderoso bajo su tutela real. Pero cuando los acontecimientos navegan azarosos en la historia acabarán por cambiar los deseos de los seres más poderosos, esos que dominan y quieren dominar aún más con sus conquistas. Y así fue como el primogénito de uno de aquellos duques belicosos, Carlos I de Borgoña (1433-1477), acabaría siendo apodado por los poetas románticos del siglo XIX como Carlos el Temerario, el Audaz o el Terrible.

No sólo se enfrentaría el duque a su propio padre, sino que quiso dejar de ser sólo duque para convertirse en todo un rey. Es ahora así la ambición, la lucha y la decisión sin medida, porque los retos que abordaría Carlos de Borgoña no necesitaron menos brío, él nunca lo dudaría y nunca se amilanaría además ante la terrible disyuntiva histórica. El lema de su escudo dejaba claro su deseo: Me atrevo. Cuando la corona francesa de entonces comprendiera la amenaza de este duque díscolo, supo que debía acabar con él como fuera y para siempre. De este modo el valiente duque, justo o no, pasaría a la leyenda como uno de los más ejemplares caballeros de la historia, un ser paradigmático de aquel movimiento romántico decimonónico de muchos siglos después. Demostraría su arrojo en batallas y asaltos. Y hasta acabaría ganando algunas. Pero en una frustrada ocasión bélica debió huir a uña de caballo de una de aquellas terribles luchas nobiliarias. La pequeña y medieval ciudad francesa de Beauvois tenía un gran interés estratégico para los que, como Carlos el Temerario, querían dominar el paso hacia la norteña región europea de Flandes. Por entonces las ciudades medievales eran unos recintos cerrados, estaban protegidas por fuertes murallas para evitar así el impetuoso e infame deseo de asediarlas. Carlos de Borgoña se atreverá en el año 1472, con ochenta mil hombres, a tratar de conseguir una de las más preciadas joyas del rey Luis XI de Francia. Pero, sin embargo, esa ambición fue su perdición. Porque el rey francés contaba además para aquella histórica ocasión con la impresionante ayuda de toda una extraordinaria mujer.

La gesta heroica de aquellas gentes de Beauvois sería épica en la historia. Sin soldados apenas para defenderla, cerraron sus puertas y, desde sus murallas y torres, el pueblo de Beauvois, hombres, mujeres y niños, lucharían todos juntos con denuedo para defender su ciudad. Una de ellas, Juana Laisnè, también conocida como Juana de Hachette -hachette, hacha en francés, por el uso que le daría ella a esa herramienta en defensa de su ciudad-, destacaría por su fiereza y decisión con su resistencia frente a los borgoñones de Carlos. Gracias a esta decidida defensa el rey francés pudo alcanzar a auxiliar la ciudad, obligando al duque de Borgoña a retirarse rápidamente. Y es de ese modo pintoresco como un pintor suizo, Eugène Burnand (1850-1921), plasma en un grandioso lienzo el momento en que el duque de Borgoña abandona, en un galope caballeresco y romántico, su malogrado atrevimiento de arrojo fallido. Fue hacia el final de la tendencia romántica del Arte, cuando todavía el pintor, entonces cercano al estilo Realista triunfador, quiso homenajear aún así -románticamente- aquellos valores que también sucumbieran, a finales del siglo XV, con aquel esforzado y temerario duque europeo. A la muerte de este noble borgoñón en el año 1477, el mundo occidental -Europa- entraría en una deriva social y existencial inevitable. Deriva que abandonaría -como Carlos abandonara por entonces aquel asedio- una forma de entender el honor, la dignidad o el sentimiento de nobleza más firme. Unos valores que, hasta entonces, habrían determinado tanto la forma de abordar la vida como los rígidos principios de vivirla.

A Carlos de Borgoña sólo le sobreviviría una hija, María de Borgoña, heredera de todos sus territorios europeos. Esta extraordinaria mujer contraería un histórico matrimonio. Se enlazaría con otro ambicioso noble europeo, Maximiliano de Austria (1459-1519), heredero también de un poderoso reino y, algo más tarde, de todo un imperio romano germánico. De su enorme prole de hijos, uno de ellos -Felipe de Habsburgo- acabaría siendo rey de España al casarse con una hija de los Reyes Católicos, la reina Juana I de Castilla. De esa herencia, también de esa temeridad y ambición de su bisabuelo, sobreviviría uno de los más grandes personajes históricos, europeos y españoles de entonces, Carlos V, el emperador y el rey. Éste quiso siempre evocar toda aquella caballerosidad anhelada de antes, cuando su bisabuelo recorriese Europa tan temerario como decidido. Aunque tan sólo pudo el emperador, a cambio, consolidar uno de los más grandes imperios que la historia haya conocido jamás. Como aquel otro Carlos, éste se atrevería, ganaría y perdería, pero comprendería además, con los años, que la ineludible senda de los acontecimientos acabará siempre superando cualquier deseo fugaz y afanoso. Y que así, como entonces, finalmente, todo se diluirá, poco a poco, en la insaciable y devoradora némesis de la historia.

(Cuadro romántico La fuga de Carlos el Temerario, 1894, del pintor suizo, realista e impresionista, Eugène Burnand, Alemania; Óleo realista, más prosaico, del mismo pintor Eugène Burnand, Bomberos camino del fuego, 1880, Alemania; Lienzo del pintor flamenco Roger van der Weyden, 1400-1464, Carlos el Temerario, 1464; Retrato de la heredera María de Borgoña, 1490, del pintor austríaco Michael Pacher, 1435-1498; Fotografía de la catedral de Beauvais, Beauvois, Francia; Cuadro Carlos V y su banquero Fugger, autor y datación desconocida, en él se observa al emperador Carlos V sentado, escuchando al banquero más rico de Europa entonces, Fugger, gracias al cual el emperador pudo financiar así gran parte de sus guerras y conquistas.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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UN SALUDO