6 de marzo de 2011

Una lealtad dolorida y una conversión prometida, o una historia de ambición, santidad y muerte.



Cuando la esposa del rey Carlos I de España tuviera en el año 1535 a su cuarta hija Juana asentaría su corte en Toledo. Y ahí, en la capital del imperio hispano, la que fuese infanta de Portugal Isabel de Avis, con poco más de treinta años, se rodearía de su pequeña corte de poetas y pensadores mientras que el rey, su esposo, el también emperador Carlos V, recorría toda Europa viajando y guerreando por sus dominios imperiales. Uno de los personajes cortesanos de Isabel de Avis en Toledo lo sería un descendiente del perverso y taimado papa Alejandro VI, su bisnieto Francisco de Borja y Trastámara. Enviado desde muy niño a la corte de Carlos I, en el año 1528 contraería matrimonio con una dama portuguesa de la corte de Isabel de Avis, Eleanor de Castro. Había heredado Francisco de Borja de su familia el ducado de Gandía y, luego, de la corona española, heredaría el marquesado de Llombay. Su padre fue Juan de Borja y Enríquez de Luna (1494-1553), hijo de Juan de Borgia (1474-1497), asesinado en Roma por ser hijo del papa Rodrigo Borgia, y de María Enríquez de Luna, prima del rey Fernando el Católico, por lo que estaba emparentado con la dinastía real aragonesa. La madre de Francisco de Borja lo fue Juana de Aragón, hija natural del Arzobispo Alonso de Aragón, hijo ilegítimo a su vez del rey Fernando de Aragón.

Francisco de Borja sentía un profundo cariño por la emperatriz Isabel; estaba, se decía entonces, platónicamente enamorado de ella. Cuando en la primavera del año 1539 la emperatriz se encontraba de nuevo embarazada (no ostentaba ella el título real ya que la verdadera reina de España era Juana I, la madre de su esposo Carlos, y ésta seguía aún viva en Castilla) no pudo superar el difícil parto, falleciendo la emperatriz desangrada a los treinta y cinco años de edad en Toledo. Entonces el rey Carlos I, desolado por completo, se retiraría al cercano monasterio toledano de la Sisla y ordenaría a su hijo Felipe -después Felipe II- que presidiese el cortejo fúnebre, con el cadáver de su madre, desde Toledo hasta Granada, la ciudad en la que Isabel de Avis quiso ser enterrada para siempre. Como caballerizo mayor de la emperatriz, Francisco de Borja acompañaría la real comitiva  fúnebre hasta la catedral granadina. Allí, apenas depositaron el féretro de la emperatriz Isabel, el joven Borja debía dar ahora fe, abriendo el ataúd, de que esos restos eran en verdad los de la esposa del emperador y rey. Sólo después de hacerlo, al no poder reconocer entonces la ajada belleza de la que fuese hermosa dama, únicamente pudo decir, acongojado: No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso.

Años después, cuando Eleanor de Castro falleciera en el año 1546, Francisco de Borja renunciaría a todos sus honores, títulos y derechos aristocráticos para ingresar en la orden religiosa jesuita. Rechazaría incluso la púrpura cardenalicia que se le ofreciera en Roma y, así, como un simple jesuita, conseguiría años más tarde llegar a ser general de la orden en España. Luego, en el año 1565, obtuvo la más alta dignidad jesuita al ser nombrado Padre General de toda la orden en el mundo. Un siglo después el papa Clemente X le canonizaría en Roma, alcanzando así la mayor gloria de su fe. Cuentan las leyendas que estando Francisco de Borja frente al féretro de la emperatriz Isabel en Granada no pudo soportar entonces la desdicha, y los sentimientos, de súbito, le traicionaron claramente. Cuando vio por última vez el cuerpo sin vida de la emperatriz Isabel de Avis, abrazándose a un caballero del séquito que lo acompañaba, pronunció, sollozando casi: Nunca más serviré a un señor que se me pueda morir...  Cumpliendo así, literalmente, siete años después, definitivamente su promesa.

(Cuadro del pintor español José Moreno Carbonero, 1858-1942, Conversión del Duque de Gandía, 1884; Óleo de Tiziano, La emperatriz Isabel de Portugal, 1548, pintado por Tiziano de un retrato anterior de la reina, Museo del Prado; Cuadro del pintor Anton Van Dyck, Emperador Carlos V, 1620; Retrato del Papa Alejandro VI; Cartel de Gandía (España) con el grabado de San Francisco de Borja; Retrato del rey Fernando II de Aragón, rey Católico de España, 1490; Boceto de un cuadro del genial Goya, San Francisco de Borja y el moribundo, particular, 1788.)

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