22 de marzo de 2011

La antinomia de la belleza y la virtud en la creación artística y sus creadores.



Cuando muy joven marchara a Italia el pintor barroco español José de Ribera, acabaría desarrollando allí toda su excelente vida artística hasta el final de sus días. Viviría primeramente en Roma durante muchos años, hasta que, huyendo por sus desproporcionadas deudas, acabara refugiándose luego en el por entonces virreinato español de Nápoles, un lugar en donde pudo ahora recuperar su posición social y su dedicación artística gracias a su origen hispano. Pero en Nápoles demostraría el pintor barroco español su verdadera personalidad, tanto la creativa como la personal propia, esta última mucho más real y oscura que las de sus creaciones artísticas tan tenebrosas. Consiguió realizar en Italia las obras maestras más extraordinarias del Arte tenebrista barroco. Su realismo, su perfección, su tonalidad y sus ágiles recursos para la anatomía humana le consagrarían para siempre en la historia del Arte. Pero, sin embargo, así como tuvo Ribera una gran habilidad artística para el claroscuro tenebrista, también mantuvo una propia personalidad peculiar para otra muy oscura tendencia parecida... Porque entonces un egoísmo radical, un desalmado, cruel, despiadado y asesino egoísmo, le llevaría a Ribera a participar junto a otros dos pintores italianos en una organización mafiosa y artística inédita, una agrupación de pintores sindicados para apartar de Nápoles a todo aquel artista competidor que deseara consagrar allí su labor creativa. De esa manera fue como se formaría el Cabal de Nápoles, una asociación criminal y artística desarrollada entre los años 1620 y 1641 en la ciudad de Nápoles. Aunque luego acabaría incluso prolongando su influencia maléfica hasta casi mediados del siguiente siglo. Ese grupo violento llegaría a sabotear obras, coaccionar pintores y, en el peor de los casos, hasta llegar a mandar asesinar a algunos artistas, creadores o pintores que osaran practicar su Arte en la prolífica ciudad tan artística de Nápoles.

La afición de Adolf Hitler por el Arte pictórico en su Austria natal es conocida. Aunque sus creaciones pictóricas fueron precoces, inferiores y carentes de interés para la época. Sin embargo, sí hubo un apreciado y formado pintor alemán, Adolf Ziegler (1892-1959), que llegaría a pertenecer al nazismo y sería además encargado por Hitler para depurar las obras de Arte modernas en Alemania. También a los artistas indeseados por entonces -la época del poder nazi en Alemania-, unos pintores y unas creaciones a los que los nazis acabarían por denominar degenerados. Este pintor alemán comenzaría a componer en un estilo modernista acorde a la época de principios del siglo XX, estilo, sin embargo, impropio de la influencia artística nazi posterior. Porque luego acabaría Ziegler manifestando en los años treinta una tendencia mucho más realista, un estilo artístico muy del gusto de Hitler y su corte nazi. A pesar de haber expresado el pintor sus dudas por el éxito de las campañas bélicas finales del nazismo, pudo salvarse de un internamiento ordenado por la Gestapo gracias a la intervención del propio Führer. Pero al final de su vida, después de la guerra mundial, no pudo ya volver a dedicarse a su carrera artística, acabando sus días retirado del Arte en su Baden-Baden natal.

La sensibilidad artística no es, de por sí, más que eso: artística. Es decir, permitirá crear y elaborar elementos de belleza que nos inspiren y seduzcan, pero ahí, en ese hecho artístico, radicará exclusivamente ese tipo de sensibilidad. Sus autores no tienen por qué ser seres de una sublime, virtuosa y magnánima sensibilidad humana. De hecho, posiblemente los creadores artísticos sean los paradigmas más evidentes para entender la contradicción más humana en nuestra especie, para comprender ahora esa antinomia que nos demuestra cómo somos realmente los seres humanos: seres, además de brillantes, poliédricos, ambivalentes y oscuros... La acción de generar belleza, entenderla y plasmarla, hasta de desearla admirar incluso, no garantizará al sujeto actor de la misma de ninguna capacidad para expresarla también así hacia los demás... Quizá sea esta la diferencia: los demás. Es así probablemente como funcionará el mecanismo psíquico por el cual distinguiremos la belleza cuando es creada de cuando es dirigida hacia los otros. Es decir, que para ser totalmente sensibles deberemos entonces no solo distinguir el equilibrio espacial, proporcional o estético de una creación formal, sino también saber cuándo aquélla -la belleza- es emocionalmente dirigida ahora hacia el mundo de los seres humanos, de todos los seres humanos que lo habiten, admiren y compartan. Esos mismos seres humanos que merecen siempre toda aquella belleza del mundo para, ahora también, poder así además recibirla, admirarla, ofrecerla o crearla sin dolor.

(Cuadro del pintor alemán Adolf Ziegler, Desnudo, siglo XX; Óleo del pintor español barroco José de Ribera, El pie varo, 1642, Museo del Louvre; Fotografía de la inauguración del Museo de Munich en el año 1937, con Hitler y el pintor Adolf Ziegler segundo por la derecha; Cuadro del pintor José de Ribera, San Jerónimo, 1664.)

2 comentarios:

PACO HIDALGO dijo...

Nuevamente, sensacional reflexión sobre la belleza, la virtud y el carácter en el mundo del arte; saludos cordiales.

Alejandro Labat (Arteparnasomanía) dijo...

Gracias Paco Hidalgo. Así es, crear belleza no significa necesariamente compartirla. Saludos a ti, maestro.