3 de enero de 2011

La visión sesgada, el estado de ánimo o el punto de vista diferente en el Arte.



A veces los pintores acaban componiendo obras de Arte semejantes. En esos casos puede ser causado por un probable estado de ánimo distinto, lo que, manteniendo una misma inspiración, terminará luego condicionando el resultado final tan diferente. Es como le sucede al carácter -rasgo firme de la personalidad- cuando algo nos hace cambiar la emoción de pronto: que se manifiesta aquel de un modo distinto a pesar de pertenecer a una misma y única personalidad. El pintor Ippolito Caffi (1809-1866) fue miembro de la neoclásica escuela veneciana del siglo XVIII. Llegaría a pintar en el año 1841 una escena veneciana de la famosa celebración de la fiesta de San Pedro. Esta es una fiesta que, desde siglos atrás, se celebra todos los veintinueve de junio -día de San Pedro- en el barrio de Castello de la hermosa ciudad lacustre. En sus calles se organizaban entonces conciertos y espectáculos y los venecianos vivían su fiesta -y la viven aún- durante toda la larga y cálida noche estival del día de San Pedro. El pintor había compuesto un cuadro parecido un año antes, con la misma inspiración de la celebración y desde el mismo exacto lugar, por tanto una misma o parecida imagen semejante. Pero este último lienzo parece ahora más vibrante, sin embargo, mucho más pasional por su especial terminación menos clásica y más romántica. Y toda esta sensación valorativa a pesar de ser un lienzo más oscurecido y su composición más ruda o menos definida o perfilada que el otro.

Pero, lo que verdaderamente determina un sesgo en el Arte es cuando distintos creadores -no el mismo pintor- plasman una misma o parecida imagen en sus obras. Cada uno de ellos la expresa de un modo particular, lógicamente, aunque las diferentes escuelas artísticas influyen además en esto especialmente. Pero, es más significativa esa semejanza y el propio carácter de la obra cuando, además de ser la misma escuela, la época también lo es y la imagen representada es el retrato del mismo personaje, en este caso el de una hermosa y conocida mujer. Juliette Récamier fue una de las mujeres más bellas de la Francia napoleónica. Esposa de un importante banquero parisino, mantuvo un salón en París donde intelectuales y artistas se reunían para conspirar en tan convulsa época trágica. Tres pintores llegaron a retratarla por entonces, pero, sin embargo, lo hicieron desde muy diferentes perspectivas artísticas. Antoine-Jean Gros (1771-1835) la representa en el año 1825 más recatada y menos sensual. Cierto es que entonces ella tendría veinte años más y, por tanto, ¿quién diría que fuese aquella misma joven radiante de antes? Francois Pascal Simón (1779-1837) es quien mejor la retrata en el año 1805 en su exuberante y bella juventud, donde aparece algo más lánguida pero muy insinuante y atractiva. El famoso pintor David, en su lienzo Madame Récamier, la retrata en el año 1800 innovadoramente para entonces, con un estilo exageradamente clásico, muy propio de aquella neoclásica época napoleónica. Se encuentra la modelo ahora aquí semi-acostada y un poco erguida, fijando una pose más intelectual que seductora.

Pero un diferente punto de vista temporal (no ahora espacio sino tiempo) en dos creaciones semejantes lo consigue, genialmente, el artista alemán Kersting (1785-1847) de su compatriota y pintor Caspar David Friedrich. Retrata Kersting al pintor romántico en su estudio en dos escenas diferentes de una misma acción retratada: la creación artística. Pero lo hace en momentos temporales -día y hora- distintos y con la fuerza añadida de lo que el representado desearía siempre expresar más en sus obras románticas: la emoción más contenida en un pequeño instante... Kersting insinúa en ambos instantes semejantes la sensibilidad artística más remarcada de su genial colega romántico. En uno de ellos el pintor retratado busca ahora la luz y observa su obra. En las dos creaciones -en un gesto de maestría, respeto y admiración- el pintor compone al romántico pintor en un espacio solitario, frugal y austero: sólo aparecen Friedrich y su creación en dos momentos diferentes de la misma situación artística. Otro ejemplo de representación del sesgo artístico en dos obras de Arte semejantes es la muestra del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812). Se muestran aquí dos retratos que hiciera de la esposa de un artista amigo suyo, el escultor alemán Dannecker (1758-1841). El pintor representa en sus obras dos cosas, sin embargo, muy distintas de lo mismo. Motivado el pintor por lo que su estado de ánimo condicionase su inspiración, no sólo le cambia el vestido a ella en un caso sino además la mirada y su estilización física. No se sabe cuál obra de las dos crease antes, ya que ambas se fecharon en el mismo año 1802. Aunque es tendenciosamente inevitable afirmar que la del vestido oscuro fue tal vez posterior, porque aparece ella ahora mucho más elegante, sofisticada y seductora que en la otra...

Por último, una misma escena histórica realizada por dos personalidades artísticas muy distintas, un inglés y un español. Dos obras de igual temática pero, sin embargo, muy diferentes ahora. Los dos pintores quisieron fijar en sus lienzos el mismo momento histórico de la defensa heroica de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia del año 1808. Sir David Wilkie (1785-1841) pintaría su cuadro antes, durante el año 1828. Aquí la heroína española Agustina de Aragón y unos pobres defensores, todos paisanos, luchan denodadamente en una escena aglutinada y sofocante, representada como un sólo cuerpo aferrado a una sola decisión trágica. Aparecen los personajes desamparados, casi del todo vencidos a pesar de su heroísmo. Sin embargo, el pintor español Federico Jiménez Nicanor (1784-1863) crearía su óleo Defensa del reducto del Pilar con un rasgo muy diferente al de su colega británico. La obra fue realizada años después, aproximadamente sobre 1855. Pero ahora aquí, a cambio del otro cuadro, aparecen militares y paisanos luchando juntos, y no solo paisanos como antes. Todos caen y luchan en un encuadre de figuras más desperdigadas que en la otra obra. Todo está ahora más abierto y más profuso que en el lienzo británico. También, a diferencia de la obra de Wilkie, se aprecia aquí una resistencia mucho más confiada, más segura o más entusiasta, nada trágica ni derrotista o desamparada de los personajes heroicos o no tan heroicos que representaban la bélica hazaña semejante.

(Cuadro Fiesta nocturna en San Pedro de Castiello, 1841, del pintor Ippolito Caffi; Óleo del mismo pintor Celebración nocturna en la vía Eugenia de Venecia, de 1840; Cuadro del pintor Antoine-Jean Gros, Retrato de madame Récamier, 1825; Óleo del pintor francés Pascal Simon, Retrato de Madame Récamier, 1805; Cuadro de David, Madame Récamier, 1800; Cuadros Caspar David Friedrich en su estudio, del pintor Georg Friedrich Kersting (1785-1847), 1812 y 1811; Obras del pintor Christian Gottlieb Schick (1776-1812), Retrato de Heinrike Dannecker, ambas de 1802; Óleo del pintor inglés Sir David Wilkie, Defensa de Zaragoza, 1828; Cuadro del pintor español Federico Jiménez Nicanor, Defensa del reducto del Pilar.)

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