15 de mayo de 2010

Los sueños alegóricos fueron glorificados en el Arte: la virtud eterna y su efímera gloria.



Los sueños alegóricos fueron glorificados antes en la literatura bíblica y en los escritos griegos y persas. En el relato bíblico de Jacob, por ejemplo, se nos cuenta la intervención afortunada de la divinidad en los sueños de los hombres. Entonces -según el Génesis- Dios se presenta a Jacob por medio de un sueño, y en el sueño Jacob ve una enorme escalera que va desde el cielo hasta la tierra... La conocida como escalera de Jacob. Los ángeles suben y bajan por ella y en lo alto de la misma Dios le hablará a Jacob. Simbolizaba este sueño, en la interpretación bíblica judía, el vínculo de Dios con los hombres. Pero los sueños serán analizados racionalmente por los griegos tiempo después. Éstos tuvieron a dos grandes pensadores que quisieron entenderlos y sistematizarlos. Hipócrates fue uno de ellos. Este médico griego -del siglo V a.C.- consideraba los sueños como un indicativo de la salud física de los seres humanos. Aristóteles, en cambio, mucho más crítico sólo admitiría que los sueños eran productos naturales de los sentidos, y cuya interpretación era, sin embargo, muy difícil de llevar a cabo con acierto.

Más tarde llegaría Macrobio, escritor romano del siglo IV d.C., un verdadero analizador y sistematizador de los sueños humanos, erudito que desarrollaría un exhaustivo estudio sobre los sueños en su clásica obra Comentario al sueño de Escipión.  Porque este imaginado y literario sueño de Escipión fue narrado mucho antes por el político y filósofo romano Cicerón (106 a.C- 43 a.C.) en su famosa obra Sobre la República. Cicerón recrea en su comentario el sueño que pudo haber tenido el general romano Publio Cornelio Escipión Emiliano (185 a.C- 129 a.C.) cuando, estando una vez en África, se enfrentaba a los cartagineses. Años después de ese sueño, este popular general romano arrasaría y aniquilaría definitivamente Cartago, la mayor enemiga entonces de Roma. Además de esa gesta bélica triunfadora en África, conseguiría también Escipión Emiliano vencer el sitio hispano de Numancia, famoso enclave resistente celtíbero en la Hispania anterior a Julio César -situado en la actual provincia española de Soria-. Fue este general nieto-adoptivo de otro más famoso general romano, Publio Cornelio Escipión Africano (236 a.C.- 183 a.C.), genial vencedor años antes en Cartago del insigne Aníbal (247 a.C- 183 a.C.), famoso estratega cartaginés que cruzara los Alpes con sus elefantes camino de Roma. Y, mucho más tarde todavía, llegaría Freud y su interpretación psicológica de los sueños. Pero esta es otra historia...

En el relato escrito por Cicerón de aquel famoso sueño estudiado por Macrobio se contaba, muy resumidamente, lo siguiente:

Cuando llegué a África nada deseaba tanto como encontrarme con Masinissa, monarca de Numidia. Cuando me presenté ante él, anciano ya, tras haberme abrazado lloró y dijo: «Gracias te sean dadas, oh Sol supremo, por haberme permitido antes de partir de esta vida contemplar a Escipión Emiliano, cuyo sólo nombre me reconforta». Tras regios entretenimientos volvimos a conversar hasta bien entrada la noche, en la que el anciano rey tan sólo habló del viejo general Escipión el Africano. Recordaba todo sobre él, no sólo sus hazañas sino también sus dichos. Luego, cuando nos separamos para descansar, me quedé profundamente dormido, tras lo cual el viejo Escipión el Africano se me apareció en el sueño. Cuando le vi me eché a temblar; él, sin embargo, me dijo: «Ten valor y rechaza el miedo, oh Escipión Emiliano, guarda en la memoria lo que voy a decirte. ¿Ves esa ciudad -Cartago- que, obligada por mí a someterse a Roma, renueva ahora, incapaz de permanecer en paz, sus antiguas guerras?  ¿Y el asalto al que tú irás siendo todavía un simple muchacho? En dos años, a partir de ahora, tú derribarás para siempre como cónsul romano esa ciudad. Y ese nombre hereditario -Escipión-, que hasta ahora tuviste de nosotros, te pertenecerá ya por tus propios esfuerzos. Además, cuando Cartago haya sido arrasada por ti, llevarás a cabo tu triunfo y serás nombrado censor; entonces, como legado, irás a Egipto, a Siria, a Asia y a Grecia, siendo hecho cónsul una segunda vez durante tu ausencia. Y, al final, llevando a cabo la mayor de las guerras, destruirás Numancia.»

«Pero, oh, Escipión, para que puedas ser el más entregado al bienestar de la República escucha bien esto: Para todos los que han guardado, animado y ayudado a su patria hay asignado un lugar en el cielo donde los bendecidos gozarán de vida permanente. Pues nada sobre la tierra es más aceptable a la deidad suprema, que reina sobre todo el universo, que las uniones y combinaciones de hombres unidos bajo la ley a los que llamamos Estados; por lo tanto, los gobernantes y los jurisprudentes proceden de ese lugar y a él retornarán después». Entonces dije yo:  «Oh, Africano, si es cierto que quienes han hecho merecimientos ante su país tienen, por así decirlo, un camino abierto al cielo, ahora, aunque he seguido los pasos tuyos y de mi padre y nunca empañé tu gran nombre, con esta gran perspectiva ante mí me esforzaré aún más y con mayor atención.»

«Afánate, dijo él, con la seguridad de que no eres tú quien está sometido a la muerte sino tu cuerpo. Pues tú no eres lo que esa forma parece ser, pues el hombre real es el principio pensante de cada uno no la forma corporal que se puede señalar con el dedo. Que sepas pues, entonces, que tú eres un dios en tanto en cuanto es deidad lo que tiene voluntad, sensación, memoria y previsión. Y quien así gobierne, regule y mueve el cuerpo entregado a su cargo, como la deidad suprema hace con el Universo, o como el dios eterno dirige este Universo, que en cierto grado están sometido a decadencia, así un alma sempiterna mueve ahora el frágil y caduco cuerpo.» Aquí dejó de hablar el Africano y yo me desperté del sueño.

Cuando los más grandes y victoriosos generales romanos regresaban a Roma después de haber ganado para el imperio o la república grandes y decisivas batallas frente a sus enemigos, desfilaban entonces por sus ornadas calles aclamados ante el pueblo, subidos ahora, vanidosamente, en su cuádriga magna y engalanada. Pero, detrás del héroe, justo subido también a la misma plataforma de su carro romano, se situaba adecuadamente, un poco más abajo y a su lado, un esclavo suyo para decirle ahora, en voz muy baja y al oído, pero repetidamente, que: recuerda que sólo eres un hombre, y que toda gloria es pasajera...

(Imagen del cuadro Triunfo de Escipión el Africano del pintor Gian Antonio Guardi (1699-1760); Cuadro La continencia de Escipión de Federico Madrazo (1815-1894), el cual representa la grandeza de Escipión el Africano cuando, al ganar Cartago Nova (actual Cartagena en España) a los cartagineses, se contuvo ante una bella doncella enemiga y, evitando su fogosidad sexual, se la entregó de nuevo a su padre; Cuadro Cicerón acusando a Catilina, de Cesare Maccari (1840-1919); Imagen grabado de Publio Cornelio Escipión Emiliano.)

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