12 de mayo de 2010

El Renacimiento, la belleza de la mujer, el mecenazgo italiano y el nuevo mundo.



El Renacimiento en la historia fue iniciado en el llamado quattrocento italiano (el siglo XV) y desarrollado luego durante gran parte del siglo XVI. Ha sido una de las mejores épocas para el Arte y sus creadores artísticos. La belleza de la mujer fue realzada a niveles no vistos nunca desde la antigüedad grecorromana. Para los ojos actuales estas pinturas clásicas son todo menos figuras anacrónicas, rubensianas o barrocas, propias del otro gran movimiento artístico siguiente, el Barroco, donde por entonces la belleza de la mujer se doblegaría a otros criterios estéticos, mucho menos clásicos, atractivos o excelentes. Es una maravilla poder hoy observar la imagen número 9 (de arriba a abajo y de izquierda a derecha), Retrato de mujer joven, pintado en el temprano año de 1485 por el pintor italiano Doménico Ghirlandiano (1449-1494), un artista precursor junto a Da Vinci y Botticelli de una revolución en el arte de pintar un lienzo. La joven del cuadro dispone de una mirada moderna, de un rostro perfecto, un collar intemporal y de un cabello equilibrado, bello y sofisticado pero, a la vez, muy sencillo y natural.

Los cuadros números 7 y 8 son del gran pintor renacentista Sandro Botticelli, ambos titulados Retrato de joven mujer. Esos perfiles femeninos destacan ahora el sesgo del semblante más arrebatador de una juventud exultante. La mirada está perdida y el peinado exquisito -de una moda floreciente-, pero el gesto ausente de las modelos no hacen más que justificar una época reverencial, única y modélica en el Arte. El lienzo número 6 es también de Botticelli y representa otra mujer joven cuya modelo ha sido identificada con la hermosa genovesa Simonetta Vespucci (1453-1476). Esta bella mujer fue la esposa del florentino Marco Vespucci, primo lejano del que fuera famoso explorador y comerciante italiano Américo Vespucci, cartógrafo, piloto y navegante del Nuevo Mundo y por lo que el continente descubierto por Colón no llevará, injustamente, este nombre sino el suyo: América. La belleza efímera de Simonetta (fallecería de tuberculosis a los 22 años) es maravillosa en esa obra de Arte... Tanta sería su belleza que llegaría a tener por amante al hermano del famoso Lorenzo de Médicis el Magnífico, un gran mecenas artístico florentino de aquel Renacimiento italiano, el más exquisito, imaginativo e influyente del Arte renacentista (imagen número 10).

Las pinturas 4 y 5 son del genial Leonardo da Vinci. Las miradas retratadas de esas modelos nos sobrecogen y estimulan por igual. Son, por un lado, La Bella Ferroniere, amante del rey francés Francisco I, y, por otro, La Dama y el Armiño, cuya modelo es otra amante, pero en este caso del duque de Milán, Ludovico Sforza. La imagen número 3 es la única obra de Arte donde la modelo mirará fíjamente al observador. Es una obra pictórica del desconocido injustamente Bartolomeo Veneto (1505-1555): Lucrecia Borgia, la infausta hija del taimado papa Alejandro VI, retratada por el Renacimiento más contradictorio y sorprendente. El lienzo número 2 es del mismo pintor Veneto. Representa, sorprendentemente, a una santa: Catalina de Alejandría (siglo III d.C.), una mujer al parecer extraordinaria por su sabiduría y entrega espiritual, dos cosas difícilmente solubles a veces, pero que el pintor supo reflejar hábilmente, y donde no eludiría la belleza atrayente y nada martirológica de la sagrada modelo. Por último -la primera imagen-, es otra obra renacentista del genial Sandro Botticelli: Retrato de mujer joven, donde la perfección y la belleza de la modelo (basada también en Simonetta Vespucci), el sugerente perfil retratado de ella, su especial tocado, colgante o gargantilla hacen de ese retrato una de las más valoradas creaciones de una imagen de mujer retratada del magnífico pintor florentino. Se ha mantenido por los historiadores que las modelos de sus obras más significativas -como la del Nacimiento de Venus, aquí la imagen número 11- pertenecen todas a un único y sugerente rostro femenino: el de la hermosa y bella Simonetta Vespucci.

Qué curiosa época renacentista aquella, un periodo de la historia donde la excelsa belleza clásica, tanto en el Arte como en la vida, se acompasaron además -simbólicamente gracias a los Vespucci- con el descubrimiento y exploración de un nuevo continente, de un Mundo Nuevo. Un mundo tan nuevo como lo fuera el descubrimiento de una nueva y revolucionaria forma de pintar. Porque este otro mundo artístico, el del Renacimiento -el de la belleza más insigne y efímera, pero eternizada, sin embargo, por el Arte-, tendería a desaparecer, poco a poco, frente a ese otro Nuevo Mundo descubierto, aquel que pujaría entonces por salir y transformar para siempre la vida y la sociedad de aquel siglo XVI. Un mundo mucho más materialista y terrenal que el de apenas unos años antes; mundo que, finalmente, acabaría triunfando sobre todo lo espiritual y sensual que aquellos personajes renacentistas -nacidos en la Italia del siglo XV- entendieran por entonces como la única, más completa o más maravillosa forma de vivir.

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