6 de octubre de 2009

El hielo, la supervivencia, el liderazgo y la vida.



El escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) lo expuso magistralmente escribiendo una vez esto: Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso, el de Ulises, que al cabo de diez años de errar por mares peligrosos, y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca. La tercera historia, es la de la búsqueda. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior: Jasón y el vellocino. La última historia, es la del sacrificio de un dios, Attis en Frigia, que se mutila y se mata; o el de Odín, sacrificado a Odín, él mismo a sí mismo, que pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo, que es crucificado por los romanos. Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda, seguiremos narrándolas, transformadas.

Ernest Henry Shackleton (1874-1922) fue un marino y explorador británico de comienzos del siglo XX que empezaría sus aventuras realizando expediciones a la Antártida, unos viajes que tuvo siempre que abandonar sin conseguir el ansiado objetivo de alcanzar el anhelado Polo Sur. Cuando Amundsen (1872-1928) lo logra por fin en el año 1911 ya no le quedaría a Shackleton otra osadía mayor que recorrer, diametralmente, a pie todo el enorme y despiadado continente helado. Organizaría para ello una ambiciosa expedición en el año 1914. A bordo de una goleta de madera se embarca junto a veintiocho personas para la dura y apasionante aventura antártica. Nunca conseguiría su objetivo. Ni siquiera pudo iniciar su singladura antártica, estando incluso a las mismas puertas de las estribaciones del terrible hielo abrasador. La goleta de madera quedaría entonces atrapada ferozmente en el insensible hielo del Antártico. El reto ahora fue, sin embargo, poder sobrevivir. El único y gran éxito de su expedición antártica -y el de él mismo- solo sería ése.

Su nombre ha pasado a la historia de las expediciones antárticas porque lo logró; es decir, porque logró que todos sus hombres pudieran sobrevivir al abandono desolado de aquel hielo feroz. Todos sobrevivieron entonces. Para reclutar a su tripulación, previendo la dureza de la aventura antártica, publicaría un anuncio en prensa que decía algo así: Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito. Shackleton fue sobre todo un líder más que un explorador, un capitán más que un piloto, alguien que pondría por encima de cualquier cosa su responsabilidad y tenacidad para con sus subordinados. Cuando compró la goleta para su aventura antártica la rebautizaría con el nombre de Endurance -Resistencia en inglés-, pensando tal vez en la leyenda latina de su escudo familiar: Fortitudine Vincimus, (vencemos gracias a la resistencia). Porque lo que vencería allí entonces fue verdaderamente el hecho de poder regresar todos ellos a salvo, y no la culminación exitosa de aquel aventurado viaje temerario. Pero con ello, de todas formas, y sin haberlo él querido así exactamente, consiguió la gloria...

(Imágenes del fotógrafo de la expedición, Frank Hurley: el Endurance en el mar de Weddell, atrapado en el hielo; Fotografía de parte de la tripulación y el Endurance al fondo, 1915; Fotografía de Shackleton (primero por la izquierda), con parte de su tripulación en un campamento en el hielo, después de abandonar el barco; Imagen de Ernest Shackleton.)

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