31 de agosto de 2009

Una bella ciudad española, un gran pintor y una historia.



El antiguo enclave geográfico de la ciudad española de Segovia se remonta a muchos siglos atrás, antes incluso de la llegada y asentamiento de los romanos en la península ibérica. Sin embargo, fue Roma quien erigió el magnífico Acueducto a finales del siglo I, d.C., una extraordinaria obra de ingeniería civil romana, la más grande catalogada en España. Ignacio Zuloaga y Zabaleta (Éibar, Guipúzcoa, 1870 - Madrid, 1945) fue un pintor español, universal y vitalista, formado artísticamente con los impresionistas franceses de su tiempo. Pero, pronto encontraría el pintor su propio camino artístico, influenciado además por el momento que España vivía a finales del siglo XIX y su decadentismo finisecular. El estilo de Zuloaga fue a veces bastante dramático y muy realista, tanto que se le criticó por dar una visión demasiado oscura de su país.

Contribuyó el pintor modernista mucho a introducir el arte español contemporáneo en los Estados Unidos, y, por lo tanto, a ofrecer así un mejor conocimiento de lo hispano en ese país norteamericano. Sin embargo, sus obras de desnudos escandalizaron a la sociedad norteamericana puritana de entonces. Recorrió toda España y gran parte del mundo. Andalucía le fascinaría, donde acabaría viviendo durante los años 1892 y 1893 en la ciudad de Sevilla. En el año 1898 decidió instalarse por fin en Segovia, aprovechando que su tío Daniel, también artista y pintor, tendría allí su residencia y un taller artístico para crear y diseñar cerámica. En la antigua casa-palacio de los Ayala-Berganza, en el barrio segoviano de San Millán, se cometería un macabro crimen en la primavera del año 1892. Un francés que residía allí fue asesinado, junto con su sirvienta, por tres malhechores segovianos (Aquilino Vázquez, Enrique Callejo y Emeterio Salinas), aunque al parecer sólo pretendían robarle. Fueron ajusticiados por garrote vil en una de las últimas sentencias a muerte llevadas a cabo en la ciudad de Segovia.

El pintor Zuloaga decidiría alquilar esa casa-palacio en el año 1902 junto a su amigo Ramón Uranga, también pintor. Aquí instalarían ambos sus atriles y crearían sus obras con el estilo de aquel modernismo inicial hispano de comienzos del siglo XX. Según cuenta una leyenda, Uranga decidió bajar una tarde al sótano de la casa por primera vez; entonces le pareció ver entre las sombras un aquelarre de viejas con velas en las manos adorando a Satanás. La visión duró poco, y Zuloaga recogería más tarde esa escena en su misterioso cuadro Las Brujas de San Millán. Los dos pintores españoles tiempo después abandonaron la casa, llamada también La casa del Crimen o de las Brujas. Muchos años más tarde la casa-palacio pasaría a ser una carbonería antes de convertirse, en el año 1999, en un hotel que lleva el nombre de los Ayala-Berganza, aquellos primitivos pobladores que la casa tuviera muchos siglos atrás.

(Imágenes de la ciudad de Segovia, 2009; Cuadros del pintor Ignacio Zuloaga: Angustias con mantilla blanca y abanico, de la colección Gerstenmaier; Obra La Gitana y el Loro, colección particular; Cuadro Retrato del escritor Azorín -Subastado en Sotheby's; Óleo La Oterito en su camerino, Museo Zuloaga; Óleo Las Brujas de San Millán, Museo de Buenos Aires; Imagen del pintor Ignacio Zuloaga; Fotografía actual del palacio Ayala-Berganza, Segovia, España.)

27 de agosto de 2009

Una planta americana, una fábrica sevillana, un pintor español y un escritor inglés.



Con el descubrimiento de América se introdujeron en España muchas plantas autóctonas de ese nuevo continente nunca antes vistas en Europa. Una de ellas fue el tabaco. La ciudad de Sevilla mantuvo desde el siglo XVI hasta principios del XVIII el monopolio comercial de esa planta con el Nuevo Mundo. A lo largo del siglo XVI empezaron a crearse pequeñas manufacturas de polvo de tabaco por toda la ciudad andaluza. En el año 1620 se decide por razones sanitarias y monopolísticas centralizar esas pequeñas industrias en un sólo edificio privado situado intramuros de la ciudad. En el año 1684 deja de ser privada su producción y la fábrica de tabacos pasa a ser administrada por la Hacienda Real. Es en el año 1725 cuando surge la necesidad de ampliar la fábrica considerablemente, dada la enorme demanda en Europa del tabaco. Para ello se cambia su emplazamiento a extramuros de la ciudad, en una gran superficie que de albergue al edificio más grande construido hasta entonces en España desde el palacio del Escorial.

La obra se inició en septiembre del año 1728 y no finalizaría sino hasta el año 1770, ¡casi cuarenta y dos años después! Llegaron a trabajar en la manipulación del tabaco hasta 6.300 mujeres en su época de mayor auge; no admitiéndose menores de dieciséis años y no habiendo límite para la jubilación. Las mujeres daban a luz en la fábrica y criaban a sus hijos ayudadas por sus compañeras. Eran registradas a la salida cada día para ver si llevaban algo de su labor escondido entre sus cuerpos. Gonzalo Bilbao y Martínez (1860-1938) fue un pintor sevillano de cierta influencia posimpresionista, algo propio de su época modernista finisecular. Realizaría uno de los más famosos cuadros sobre las cigarreras sevillanas en su Fábrica de Tabacos. Cuadro de una maravillosa composición, casi velazqueña, muy efectista por su colorido y su fuerza escénica. Años antes un escritor inglés, Richard Ford (1796-1858), que había llegado a España por razones sanitarias (su mujer precisaba un mejor clima), reflejaría por entonces con su literatura de viajes los trabajos de aquellas famosas cigarreras sevillanas del siglo XIX. En uno de sus escritos nos decía el narrador inglés:

Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad. Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. Visítese el local. Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla, y forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto. Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado.

(Imágenes del edificio de la antigua Real Fábrica de Tabacos, hoy sede de la Universidad de Sevilla, Sevilla, España; Cuadro con la imagen del pintor sevillano Gonzalo Bilbao; Grabado con el retrato del escritor inglés Richard Ford; Imágenes de los cuadros Las Cigarreras, 1915, e Interior de la Fábrica de Tabacos, 1911, ambas obras del pintor Gonzalo Bilbao, Museo de Bellas Artes de Sevilla; Fotografía antigua de las mujeres que trabajaban en la Fábrica, Las cigarreras, finales del siglo XIX)

22 de agosto de 2009

Versos de un gran poeta: Antonio Machado.



Y no es verdad, dolor: yo te conozco,
tu eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.

Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena;

así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.


Fragmento de la obra poética Galerías del gran poeta español Antonio Machado (1875-1939).

(Fotografía del autor: Mañana de niebla sobre Ronda, Málaga, España, 1997.)

21 de agosto de 2009

La luz más alejada del antiguo Occidente: La Torre de Hércules.



En los primeros años del siglo II d.C., gobernando por entonces el inmenso imperio romano el augusto Marco Ulpio Trajano (52-117), nacido en la ciudad de Itálica (Hispania) -por tanto el primer emperador no italiano de la historia-, se construyó un gran faro en la costa cercana a la ciudad gallega de La Coruña -denominada por entonces Brigantium- y de muy grandes dimensiones para la época, faro que se acabaría llamando La Torre de Hércules. Funcionó como faro durante casi trescientos cincuenta años ininterrumpidamente, ofreciendo su luz y su guía a multitud de barcos que hacían la ruta del norte desde el estrecho de Gibraltar.

Al declive del imperio romano de occidente (siglo VI) deja de usarse como tal y no se reutilizaría de nuevo sino hasta el siglo XVII, es decir, que hasta más de mil doscientos años después no se volvería a utilizar con su antigua función. En aquellos años se instalaron unas torrecillas en su cúspide y se colgaron unos faroles apropiados para permitir orientar y mejorar la navegación por esas difíciles y duras costas gallegas. Pero no fue sino hasta finales del siglo XVIII, el siglo ilustrado, cuando se realizaron las reformas necesarias para mejorar y acondicionar el faro completamente. Obras que configurarían su aspecto actual (porque nada tiene que ver hoy con su antigua construcción romana, salvo los cimientos). Actualmente sigue utilizándose La Torre de Hércules, desde su antiguo emplazamiento, para auxiliar a los barcos en su paso por las difíciles y fieras costas de Galicia.

(Imágenes de la Torre de Hércules, de la costa coruñesa y de la ciudad de La Coruña, España.)

20 de agosto de 2009

Un gran héroe olvidado: el Almirante don Blas de Lezo.



En toda su historia, España ha tenido muchos hombres que dedicaron su vida a la mar y a la guerra. Ambas cosas fueron abundantes en España, y permitieron a pequeños hidalgos de no muy lustrosa extracción social llegar a escalar los mayores peldaños hacia la gloria. Blas de Lezo y Olavarrieta nació en la portuaria y bella ciudad vasca de Pasajes, cerca de San Sebastián, en el año del Señor de 1689, y fallecería en Cartagena de Indias, Colombia, en el año 1741. De familia marinera, se formaría inicialmente en Francia gracias a los fuertes vínculos que por entonces la corte española mantenía con el país vecino. Rápidamente participaría Blas de Lezo en muchas batallas navales, que iniciaría con apenas 15 años. Incluso en una de esas batallas llegaría a perder muy joven su pierna izquierda. Con apenas dieciocho años, en el asedio de Tolón,  en la costa sur de Francia, un cañonazo enemigo le insertaría una esquirla de madera en su cara, perdiendo así el ojo izquierdo para siempre. Con veintitrés años, le ascienden a capitán de fragata y, dos años después, a capitán de navío.

En la guerra de Sucesión española (1701-1715), en el llamado sitio de Barcelona, y con veinticinco años, pierde Blas de Lezo el antebrazo derecho, demostrando un valor extraordinario ante la adversidad y sus heridas. En el año 1723 obtuvo el mando de las fuerzas navales de los Mares del Sur -océano Pacífico español-, limpiando entonces las aguas españolas de piratas y corsarios, permaneciendo allí hasta el año 1730 en que es llamado a España por el rey Felipe V. Como recompensa por sus servicios, es promovido a Jefe de la Escuadra del Mediterráneo, realizando heroicos y eficaces ataques contra los piratas berberiscos de Orán. En el año 1734 el rey Felipe V de España (1683-1746) lo nombra Teniente General de la Armada siendo destinado a dirigir la Comandancia General del Departamento de Cádiz. Al año siguiente es llamado a la Corte en Madrid, pero, no soportaba las comodidades de la vida civil ni la falta de acción ni el estar alejado de su amado mar. Solicita permiso a su Majestad para poder embarcar de nuevo en un buque de guerra. Felipe V se lo concede y es nombrado Comandante General de la Flota de Tierra Firme (Continente sudamericano). Llega a Cartagena de Indias en el año 1737 para asumir la Comandancia General de aquel importante bastión caribeño.

Los ingleses habían decidido hostigar el Caribe español y obtener así beneficios económicos paliando el monopolio marítimo de España en esas latitudes. Con una excusa cualquiera, Inglaterra declara la guerra a España en el año 1739. Aprovecha entonces el almirante inglés Sir Vernon una oportunidad bélica única -disponer de una gran flota británica- para llevar a cabo un ingente desembarco en Cartagena de Indias (desde la Armada Invencible española del siglo XVI no se había visto una flota de asalto mayor en el  mundo, al menos hasta el desembarco aliado, siglos después, en Normandía durante la Segunda Guerra mundial). Con una flota de ciento ochenta y seis navíos y más de 25.000 hombres, el 13 de marzo del año 1741 se avista por Punta de Canoa en la costa cartagenera la altiva bandera británica. La guarnición española de Cartagena de Indias, en ese momento, contaba con unos escasos tres mil hombres y tan solo seis navíos. Es entonces cuando el Almirante Blas de Lezo hábilmente organiza la defensa de su Comandancia con extraordinario ingenio, valor, engaño y resistencia. El resultado fue que, después de casi dos meses de asedio británico a Cartagena de Indias, la flota inglesa hubo de huir a la isla de Jamaica sin conseguir ninguno de sus objetivos y con graves pérdidas humanas y materiales.

Tamaña hazaña defensiva, teniendo en cuenta la desproporción de fuerzas y medios, fue una afrenta para el vanidoso orgullo británico y una de las más humillantes derrotas bélicas en toda la historia de la Real Marina inglesa. Tanta fue la humillación, que el propio rey inglés Jorge II prohibiría a sus cronistas que hiciesen mención alguna de tal suceso. La realidad fue que este evento histórico supuso el liderazgo español en los mares de todo el mundo hasta la fatídica batalla de Trafalgar, producida en el año 1805, donde España perdería su poderío y esplendor en el mar. Don Blas de Lezo moriría enfermo de Peste en Cartagena de Indias a los pocos meses de su gesta, posiblemente por la infección de los cadáveres insepultos producidos en la terrible batalla. Fue enterrado el héroe español en una fosa común en Cartagena de Indias. Años más tarde, la Corona española le recompensaría, a título póstumo, con el Marquesado de la Real Defensa. Nunca, probablemente, un título nobiliario en toda la historia de España haya sido de tan justo nombre concedido jamás. Sea esta reseña histórica un pequeño homenaje a tan grandísimo hombre, militar y marino español.

(Imágenes de Don Blas de Lezo; Grabado de Navíos de guerra en batalla; Fotografía actual de Cartagena de Indias; Plano de esta ciudad en el siglo XVIII, actual Colombia.)

19 de agosto de 2009

Ayer y hoy: La Habana y Sevilla.



La catedral de La Habana, de estilo barroco colonial, fue construida en el año 1788, ampliándose y mejorándose a lo largo de todo el siglo XIX. La catedral de Sevilla, de estilo gótico tardío, fue comenzada en el siglo XIII en el mismo lugar donde radicaba una mezquita árabe, recinto donde, anteriormente, estaba edificada una antigua iglesia visigoda. Su construcción se prolongaría hasta los comienzos del siglo XVI. Fue terminada y sufragada en gran parte gracias a los parroquianos y prohombres de la ciudad hispalense. Hoy es el edificio religioso de estilo gótico más grande del mundo.

(Imágenes antiguas: Tarjetas postales de la Unión Postal Universal del año 1908; Imágenes actuales: Dos fotografías: una analógica, La Habana, Cuba, 1997; otra digital, Sevilla, España, 2009.)

16 de agosto de 2009

Una plaza en París y una batalla perdida: El Trocadero.



La guerra de la Independencia en España (1808-1814), consecuencia de la invasión napoleónica en la península, promovió el movimiento liberal y una tendencia política, iniciada ya por la revolución norteamericana del año 1776 y de la francesa del año 1789, de apertura social y política en la España de comienzos del siglo XIX. La Constitución de Cádiz del año 1812, primera en la historia de España, marcaría un impulso reformador y parlamentarista único, tanto fuera como dentro del propio país. La guerra contra el invasor Napoleón sería ganada y el rey de España, Fernando VII (1784-1833), regresaría pronto del exilio francés, anularía la Constitución y se apoderaría de sus antiguos privilegios sin resistencia popular. Pero, antes de eso, en plena guerra aún contra Francia, cuando los criollos -españoles nacidos en América- de los virreinatos americanos se levantaran contra una España entonces desvalida y sangrante, ésta se encontraría luchando además contra aquellos sublevados hermanos de sus provincias de Ultramar. El rey ordenaría en el año 1819 enviar varios batallones para contener, desesperadamente, aquella rebelión americana.

En Andalucía se prepararía un batallón al mando del coronel Rafael del Riego, fuerza militar que debería embarcar en Cádiz con destino a Méjico lo antes posible. En el camino a esa ciudad andaluza, muy cerca de la población sevillana de las Cabezas de San Juan, el coronel del Riego acabaría, sin embargo, pronunciándose el 1 de enero de 1820 contra el rey Fernando VII y su antiguo régimen de nuevo implantado. Las tropas españolas no se embarcarían con destino a América, ni entonces ni durante los tres años siguientes. Así fracasarían, por tanto, los últimos auxilios a los regimientos realistas que aún luchaban, olvidados y alejados, contra los rebeldes americanos, éstos cada vez más apoyados por algunos otros estados europeos interesados en desestabilizar a España.

El período liberal promovido por del Riego duraría tan sólo tres años escasos, desde 1820 a 1823, ya que los estados europeos de entonces no toleraron, sin embargo, un régimen tan liberal y tan parlamentario en España, algo que pondría en peligro la estabilidad de sus poderes reaccionarios en gran parte de Europa. Así que la misma Francia lideraría por entonces, organizado en el Congreso de Verona (1822), la posibilidad de invadir -de nuevo- con un ejército muy numeroso al país que, sólo diez años antes, el propio Napoleón no habría conseguido doblegar con el suyo. Fue muy rápida la marcha de aquel ejército invasor por la península, ya que sus fuerzas debían llegar incluso hasta la alejada ciudad de Cádiz, situada muy al sur, en donde se habían refugiado el gobierno liberal y el retenido rey Fernando VII.

Y esa luminosa, bella y atlántica ciudad española sería por entonces bombardeada extraordinariamente. Pero, tan sólo los fuertes que protegían la entrada a la bahía serían abatidos, sobre todo la fortaleza de San Luis del Trocadero. Como resultado de aquel asedio, el gobierno liberal no tuvo más remedio que negociar con las tropas invasoras. Fue derogado en el acto el gobierno liberal y el rey Fernando VII recuperaría todo su poder absoluto, llevando entonces a España a las más oscuras páginas de su historia. En homenaje a aquella batalla, llamada del Trocadero, donde entonces el Fuerte de San Luis fuese tomado por las fuerzas invasoras francesas -Los cien mil hijos de San Luis-, se daría nombre luego en París a una famosa plaza y sus jardines del Trocadero, situados cerca del río Sena y frente a la famosa Torre Eiffel parisina. Todas estas historias muy curiosas de liberalidad, pseudo-progresismo europeo, traición fraternal e ironía política.

(Imágenes fotográficas de París, Torre Eiffel, Jardines y plaza del Trocadero; Fotografía más abajo de la Plaza de España en Cádiz, con el monumento a la Constitución del año 1812, y vista de la ciudad atlántica gaditana, España).

15 de agosto de 2009

Antología lírica: del poeta sevillano Rafael Montesinos.



- ¿Y si al final resulta que no somos,
ay Fabio, qué dolor,
más que ruinas, última locura,
memoria insoportable, sólo un grito
en el momento de caer rendida
la última pared, entre el adobe,
la ceniza y el polvo?

- No preguntes. Yo fui pared un día,
sostenida ruina de la nada,
mustio collado de mí mismo.
Escúchate y dispónte a sentir cómo te caes,
campo de soledad, sobre tus años.

Diálogo con un viejo poeta sevillano, del poeta sevillano Rafael Montesinos (1944-1995).


¿La felicidad, dices? Quizá sea
simplemente vivir, sentirse vivo
en medio de las cosas destinadas
a durar más que uno, o frente al amplio
ventanal del verano y su lentísimo
atardecer, oír las golondrinas,
que en sus rápidos gritos nos recuerdan
el chirriar del eje del estío.

Alguien me pregunta por la felicidad, versos de Rafael Montesinos, poeta español (1944-1995).

(Fotografía de las ruina romana de Itálica, Sevilla, España.)

14 de agosto de 2009

Versos y ruinas: canto a la antigua urbe romana de Itálica.



Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.

Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.

Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todas apenas quedan las señales.

Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.

Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!

(Fragmento de Oda a las Ruinas de Itálica (Sevilla, España), de Rodrigo Caro (1573-1647), poeta sevillano del Siglo de Oro español.)

(Fotografías de las ruinas de la antigua ciudad romana de Itálica, Sevilla, España.)

11 de agosto de 2009

Historia y Arte: el poder efímero.



Cuando el rey de España de entonces, Felipe IV (1605-1665), mandase construir en el año 1633 el Salón del Reino para el Palacio del Buen Retiro de Madrid, deseaba que ese recinto palaciego resaltara la grandeza del inmenso reino español. En todas las lunetas de la gran bóveda del Salón se situaron los veinticuatro escudos heráldicos de los diferentes reinos que configuraban el imperio hispano: Aragón, Castilla y León, Cataluña, Galicia, Córdoba, Granada, Jaén, Murcia, Navarra, Sevilla, Toledo, Valencia, Vizcaya, Portugal, Austria, Borgoña, Brabante, Cerdeña, Méjico, Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia y Perú.
 
Además, se colgarían también de sus muros una serie de obras de Arte barroco, óleos encargados por su majestad que representaban las batallas victoriosas que tuvieron lugar en los diferentes y muy lejanos lugares del inmenso imperio. He aquí una muestra de aquel extraordinario Arte barroco hispano en algunos de aquellos magníficos lienzos expuestos por entonces en aquel palacio madrileño. De izquierda a derecha, y de arriba a abajo:

Óleo Recuperación de la Bahía de Brasil por don Fadrique de Toledo, pintado por Juan Bautista Maíno (1578-1649); Cuadro Socorro de Génova por el segundo Marqués de Santa Cruz, 1634, del pintor Antonio de Pereda (1608-1638); Oleo Rendición de Juliers a Ambrosio de Spínola, del pintor Jusepe Leonardo ( 1601-1652); Óleo La Recuperación de la isla de Puerto Rico por el gobernador don Juan de Haro, del pintor Eugenio Cajés (1575-1634); Lienzo Recuperación de la isla de San Cristóbal en las Antillas por don Fadrique de Toledo, por entonces en manos esta isla de aventureros ingleses y franceses, del pintor Félix Castello (1595-1651); Óleo Defensa de Cádiz frente a los ingleses llevada a cabo por el Marqués de Medina-Sidonia, del pintor Francisco de Zurbarán 1598-1664.

Al pasar de los años, excepto Cádiz, todo se perdería...  La gloria y grandeza de aquel inmenso imperio español se desdibujarían para siempre. Es la realidad de la historia, de toda historia, la cual se relativizaría ya, sin embargo, en otro extraordinario cuadro del Arte barroco español -abajo- de aquellos fecundos años artísticos de entonces, cuando el pintor barroco Antonio de Pereda compusiera, inspirado, su obra Vanitas (la vanidad se apagará ineludiblemente frente a la muerte y el fatal destino).

9 de agosto de 2009

El mito hispano de Bonaerges.



Hijo del Trueno (Bonaerges) llamaría Jesús de Nazaret a Santiago el Mayor. La Cristiandad en el siglo IX necesitaba de un mito para la Hispania ocupada entonces en gran parte por el Islam. Un rey leonés y un obispo gallego sólo acabaron promoviendo algo que el pueblo deseaba con ardor. La Europa cristiana ayudaría además a cimentar un lugar sagrado y de peregrinaje, un santuario que necesitaría tanto como la España incipiente lo anhelase..., una nación que comenzaría a crearse, poco a poco, a golpe de espada, sangre y fe.

El Camino de Santiago que dirigía a ese enclave hispano situado en los confines del mundo conocido fue un motivo de impulso sagrado para una religión asediada, un hecho que marcaría además la cohesión cultural necesaria de lo que se dió en llamar luego mundo Occidental. Todo sirvió entonces a fin de cuentas... Las huestes castellano-leonesas, catalano-aragonesas, navarras y portuguesas acabarían reconquistando toda la península ibérica y expulsando a los sarracenos invasores al fin. Esa misma península que un día de aquel aciago año 711 se acabaría perdiendo a manos de un emergente poder islámico, un imperio que, sólo cien años antes, habría comenzado ya una hégira -una lucha de conquista- que llegaría a durar desde entonces por más de 1200 años casi.

(Imágenes del apóstol Santiago el Mayor, Catedral de Santiago de Compostela, año 2009, Santiago, Galicia, España).